Lo único democrático que tiene Colombia son sus elecciones. Nuestra democracia nacional parece un mercado persa de autoritarismos locales, regionales y de sectores sociales medios y altos, incapaces de guiarse con gestos auténticamente democráticos. A nivel subnacional, la democracia electoral está reducida y capturada por bandas criminales, por particulares que financian campañas y gobernantes territoriales, hipotecando la gestión pública, o por la corrupción agenciada o tolerada por partidos, dirigentes, parte del sector privado, el silencio ciudadano, numerosos líderes religiosos y algunos medios de comunicación.
Con 59 candidatos presidenciales, la democracia podrá ser plural pero no funcional. Nunca habíamos asistido a una explosión tan alta de candidatos. Tener tantos candidatos refleja desorden democrático, falta de filtros y controles sociales y políticos, y ausencia de pudor. Es un mercado de vanidades, sin seriedad y responsabilidad. No hay partidos políticos detrás de la mayoría de los candidatos, solo ambiciones y aspiraciones personales. Ya hemos comprobado que sin cualidades se puede llegar a ser presidente.
Cuatro situaciones explicarían lo anterior: la profunda y casi irremediable debilidad y fragmentación de los partidos; el desafecto y distanciamiento de los ciudadanos frente a los partidos, que consolida la exponencial tendencia a votar por personas y no por propuestas o ideas programáticas; la no exclusividad de los partidos para presentar candidaturas, pues existen figuras políticas, en la Constitución y en la ley, que habilitan movimientos amorfos, dudosos y volátiles de ciudadanos (llamados independientes) que postulan candidatos a cargos de elección popular, sin ningún requisito sustantivo; y por último, hemos tenido tan malos gobiernos, que llegan de una manera tan fácil, que muchos creen que se puede ser presidente para actuar de cualquier manera. Ya no es un mérito y un honor ser presidente. Se es presidente solo para ser expresidente; para quedar incluido en una especie de “casa real” de la desvergüenza; en el olimpo de quienes tienen la potestad y el descaro de recibir una jugosa pensión, pagada por todos, para que nos hagan la vida más difícil e infeliz.
Eran mejores presidentes muchos de los elegidos entre el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Desde entonces todo ha sido un desastre: no hemos podido edificar una nación en crecimiento, democrática, en paz y para todos los colombianos. Una nación de orgullo, con poder moral e incluyente.
Rara vez hemos tenido un verdadero y buen gobierno. Es lo que da la desvencijada democracia colombiana. Casi siempre, hemos decidido por el candidato menos malo o para evitar a otros; pero también existe la opción de escoger al mejor. Para buscar mejores gobiernos, ante la debacle de los partidos y el modelo de gobierno que se oponen a la democracia y practican antidemocracia, la única alternativa sería que los ciudadanos tengan la capacidad social de filtrar, oportunamente, los candidatos y escoger entre quienes reúnan cualidades mínimas para que, por fin, en décadas, podamos tener un buen presidente.