Según el reciente informe del Proyecto Latinobarómetro, en América Latina, menos de la mitad de los encuestados apoya la democracia. Desde 2010, la democracia ha perdido más de 14% de apoyo; el 52% de los ciudadanos percibe que la democracia tiene problemas y el 70% dice estar insatisfechos con ella. En 2020, el 13 % apoyaba la alternativa de gobiernos autoritarios y al 27% le era indiferente el tipo de gobierno. Esto manifiesta una incomodidad con la política “entre los latinoamericanos cansados por la incapacidad de sus gobernantes de poner fin a la desigualdad” (Carlos Salinas). La pandemia “ha acelerado y visibilizado situaciones de desigualdades y pobreza…desnudado las debilidades de los Estados, con sistemas sanitarios y de seguridad social enfermos, las debilidades de las élites y de los sistemas de partidos” (Latinobarómetro 2021).

La pandemia en nuestro país llega cuando la democracia y la legitimidad del gobierno están en su peor momento; cuando los partidos sin pudor respaldan silenciosamente un gobierno invisible y calamitoso, que no critican para no arriesgar la cuota burocrática y presupuestal que tienen en el Estado o en el gobierno, o por miedo a tener que compartir con los más pobres el poco progreso logrado. El balance de la pandemia es poco confiable por la incapacidad técnica reflejada en los datos y la gestión; pero el hambre y el desempleo acechan, se pierden derechos sociales y laborales y se dilapida o embolata el dinero público en el laberinto del sistema financiero especulativo y en los bolsillos de particulares y agentes públicos corruptos.

Tenemos un gobierno aparentemente mayoritario, pero de disenso, que podría resquebrajarse en cualquier momento. Es un régimen que no ayuda a consolidar la democracia y, por el contrario, acumula factores para su derrumbe. Crece la desconfianza en las instituciones elegidas por voto popular y no hay compromiso de las élites con la sociedad. Colombia ha disminuido las posibilidades de supervivencia democrática. Ya ni paz queremos. Se acentúa y generaliza la violencia social y política en las ciudades, contra líderes sociales y contra quienes dejaron las armas para poder actuar en política. También siguen las desigualdades, corrupción, narcotráfico, inseguridad, desinstitucionalización, fracaso de la paz y violencia política.

Somos un país que se dice de mayorías, formalmente hechas para mostrar al mundo, pero en realidad estamos tan divididos que ni siquiera nos ponemos de acuerdo con quien tenemos a un lado. Colombia no logra dar un paso hacia adelante. El éxito con el surgimiento de pequeños sectores sociales medios se confundió con el fin de las desigualdades; pero la pandemia evidenció que no había sido más que un esfuerzo para pocos, que acentuó el contraste con quienes no lograron mejorar sus condiciones sociales (y ahí están las protestas de 2019, 2020 y 2021). Es una sociedad que da vergüenza.
Lo único esperanzador son los cambios en la cultura política participativa de los ciudadanos que hacen uso de sus derechos a expresarse, rechazar y desafectarse de los malos gobiernos, y a buscar el progreso. Estamos a tiempo de actuar democráticamente.