A 3 meses efectivos de actividad política para las elecciones legislativas, el país profundiza su división y continúa incontenible el proceso de destrucción de sus bases materiales, sociales y políticas. Estas elecciones se darán en un contexto de crisis política, ilegitimidad, criminalidad, violencia, desigualdades sociales y muy baja institucionalidad. Desde 1958 el país no había estado en un ambiente tan difuso y de incertidumbre política y electoral. Los partidos ya deberían tener candidatos definidos para el Congreso, la manera como los van a postular, y estar en campaña política; pero no han definido las listas que serán presentadas, ni los acuerdos electorales. A estos factores políticos y a la fractura de los partidos se suma el desarraigo de los ciudadanos con ellos y con el proceso electoral. Los partidos, el gobierno, el Congreso y los sectores más pudientes siguen haciendo caso omiso a los llamados urgentes de solidaridad de los sectores más deprimidos de la sociedad. Estamos en el momento de mayor desprestigio de la política electoral y partidista de toda nuestra historia.

Para el 13 de diciembre, cierre de inscripciones de candidatos al Congreso, aparecerán decenas de listas de partidos, coaliciones y grupos significativos de ciudadanos. Esto prueba la baja institucionalidad que existe y que no está al servicio de la participación ciudadana. Una vez más, no es clara ni transparente la forma como se configura y estructura el poder político en Colombia. Esto favorece a minorías sociales que controlan el poder; aunque cada vez les es más difícil retenerlo y por ello reaccionan tan antidemocráticamente a propuestas novedosas, minoritarias o de oposición. Las fuerzas sociales con poder reivindican y reclaman que solo ellos tienen derecho a gobernar, con la premisa de que nadie, distinto a los de siempre, tiene el derecho de llegar al poder o controlar el Congreso. Olvidan que una verdadera democracia siempre construye mayorías electorales y que ellas pueden ser cambiadas.

No sabemos cuál va a ser el nivel de participación y su impacto, pues los ciudadanos no tienen una expectativa positiva con la política y no la relacionan con sus vidas. Por ello, es pertinente preguntarnos para qué sirve el Congreso; y si este no existiese, en qué cambiaría nuestra vida afectada por la manipulación, abusos, atropellos e incompetencia del poder político. Los partidos están desaparecidos. Cuando los referenciamos es para mal. No alivian las dificultades ciudadanas; por el contrario, hacen la vida más difícil. No hacen propuestas para cumplirlas y solo crean ilusiones. Tampoco generan esperanzas. Se convirtieron en un instrumento para profundizar la división de la sociedad, vulnerando la democracia.

Gracias a lo que queda de democracia, podemos resistir las tentaciones autoritarias y favorecer la expresión de las demandas sociales y la participación, aunque sean reprimidas y descalificadas desde instancias gubernamentales. Los resultados electorales legislativos son de total incertidumbre y tendrían una negativa influencia en la elección presidencial, afectada por egos y una excesiva fragmentación de candidaturas.