Colombia es un país de desorden, fiestas, miedos incoherentes y ausencia de gobiernos. Todo es un contrasentido. Nunca alcanzamos ni alcanzaremos la inmunidad de rebaño. Nunca nos dejaremos de vacunar. Parece que están tan desprotegidos quienes no se vacunaron como quienes sí lo hicieron. Los gobernantes al hablar sobre su gestión de la pandemia mienten y acomodan todo. Cada día dan cifras que no suman o ajustan según sus necesidades políticas y que no parecen lógicas para la mayoría.
Nos dicen que nos debemos cuidar y sin embargo autorizan conciertos masivos, partidos de fútbol, días sin Iva, retorno a la educación presencial, transporte público hacinado y ferias y fiestas. Muchas instituciones educativas tuvieron que hacer enormes inversiones en tecnología para aulas de clase, que terminaron siendo utilizadas en menos de 5%; y ahora el gobierno ordena el retorno presencial con aforo completo. Gran desperdicio de recursos y oportunidades que afectó mucho más al sistema educativo público y a colegios y universidades con menos infraestructura y presupuesto.
Constatamos que los más ricos en el mundo (incluye a Colombia) incrementaron su riqueza durante la pandemia en más de un 30% que suponemos están en el sistema financiero especulativo e improductivo, grandes farmacéuticas que imponen dosis de vacunas, grandes empresas de aviación, poderosos grupos económicos de distribución de alimentos, mercancías y tecnología, grandes constructores y quienes, pescando en rio revuelto, lograron que les redujesen impuestos y les diesen grandes subsidios con recursos públicos.
En fin, para qué tanta alharaca si finalmente el aprendizaje no se compadece con el esfuerzo y sacrificio realizados: decesos, dolor, pérdida de empleos y quiebra masiva de empresas. Si bien es cierto que con esta pandemia fuimos aprendiendo sobre ella a medida que iba transcurriendo, también es cierto que no es la primera vez que la humanidad vive una situación equivalente. La experiencia y el conocimiento adquirido parece haber sido poco o nada utilizados debido a la soberbia política y social de las autoridades y comunidades. Lo más triste es que ingenuamente creíamos que esto nos acercaría como humanidad. Si bien estrechó un poco los lazos familiares, no fue en el grado deseado. No nos volvimos más solidarios y humanizados. Por el contrario, se acentúo el egoísmo y la mezquindad y se dispararon los indicadores de violencia social, en especial contra mujeres y niños dentro de los mismos hogares. Se incrementaron la discriminación, inequidades, pobreza y contaminación ambiental. Hoy la humanidad es peor que antes del inicio de la pandemia.
En Colombia somos más pobres e insolidarios y la sociedad está menos unida. Estamos aislados, menos felices y para colmo con un desgobierno total o solo orientado a proteger y favorecer a pudientes, a corruptos y a promover y consolidar gobernantes antidemocráticos que cunden por doquier. Así suene muy pesimista, es mejor no crear ilusiones que no ayudan a resolver los problemas existentes. Si tenemos en cuenta a quienes ha beneficiado, cabría la especulación sobre la conspiración en el origen de la pandemia.