En momentos críticos y de desarraigo de la política en Colombia, las élites y los aspirantes a continuar dirigiendo el país en lugar de atender el clamor desesperado de las mayorías se han dedicado a la política de pequeñeces, del poder por el poder, y a la descalificación y mezquindad.
Cuando la clase gobernante nos dice que defendamos las instituciones y la supuesta democracia colombiana, en verdad nos está pidiendo aceptar como algo natural la miseria y pobreza, la corrupción, el abuso del Estado, la injusticia, la indignidad y la exclusión. Nos contamina con un discurso para defender la democracia de unos supuestos enemigos, cuando es justamente ella la enemiga de la democracia y la que se separó de la sociedad y las instituciones. Estas últimas son defendidas cuando están a su servicio, pero son deslegitimadas cuando, por vicisitudes de la política y del esfuerzo y sacrificio ciudadano, sirven a la ciudadanía. La invitación a defender las instituciones impuestas (hecha por pocos y para esos pocos) y la democracia (de y para minorías) se debe a que hoy se sienten amenazados electoralmente quienes siempre han estado en el poder y han destruido el país, pretendiendo que creamos ciegamente que quienes lo destruyen son sus adversarios ideológicos, que nunca han estado en el poder. Pero ese discurso se está agotando.
Por otra parte, la mayoría de los políticos sigue enfrascada en cómo eliminar contradictores en el interior de sus colectividades para luego descalificar, sin debates, a sus adversarios externos (de otros partidos y oposición). Son políticos mimados por el sistema que siendo de extrema derecha, de derecha e izquierda, se presentan como de un centro político difuso, etéreo y atomizado. En las coaliciones denominadas de la Esperanza y Equipo Colombia se vislumbran grupos selectos, clasistas, mimados de la política de escritorio y ajenos a la vida de los colombianos. Viven en otro mundo. Andan preocupados por el cómo escoger candidatos y obtener votos a toda costa, pero no por atender la precaria vida de los colombianos y la corrupción o por establecer una verdadera, completa y universal justicia. No incluyen en sus propuestas a los sectores sociales y étnicos de nuestra nación. Además, la ausencia programática ha favorecido la atomización de candidatos para cada consulta. Esto fragmentaría la votación de la consulta debilitando la fuerza política del ganador. Los ganadores de dichas consultas tendrán que convencer a los derrotados en su coalición, para que respalden con honestidad su aspiración presidencial y no se deslicen hacia otras alternativas electorales. Toda la metodología y el proceso tortuoso y poco transparente para escoger candidato presidencial solo promete frustraciones y traiciones.
Esta campaña presidencial requiere mayor debate político sobre el respeto a la dignidad ciudadana, democracia para las mayorías, redefinición de las instituciones e inclusión e igualdad social. Así mismo, se debe evitar que las instituciones se utilicen antidemocráticamente para señalar como enemigos a quienes tienen ideas diferentes a los intereses de minorías en el poder, eternamente favorecidas por él.