El futuro de un país depende principalmente de la voluntad y la aspiración de sus ciudadanos. En los momentos electorales nadie se sustrae de la obligación de comprometerse y decidir; incluso aquellos que optan por no participar por desinterés en la política. Son momentos decisivos, cruciales y escasos, en los cuales la intervención de cada ciudadano es no solo importante sino decisiva. Quien no vota también está decidiendo, pues delega en quienes sí lo hacen su decisión política.

Para la próxima elección presidencial, de mayo o junio, nuestro comportamiento político, independiente del móvil para votar o abstenernos, será contundente. Quienes creen que su voto no es importante o no decide, deben tener en cuenta que estas elecciones se podrían estar definiendo por pocos votos, a favor de continuar una vida sombría y sin esperanzas para la mayoría de la población, o de la posibilidad de intentar que a ninguno le falte todo.

Por miedo al cambio, que genera incertidumbre, algunos electores votarán por unos candidatos específicos; y otros, por la esperanza de una vida mejor, votarán por otros candidatos. Otros se abstendrán, por rechazo o apatía, para no favorecer a ninguno, pero en realidad sí lo están haciendo, solo que sin saber a quién, y puede resultar ser el peor. Frecuentemente votar solo busca impedir que, al menos con ese voto, llegue al poder el “más malo”. Por todo esto, ningún ciudadano se queda sin decidir, pero si muchos no votan pueden terminar favoreciendo la elección del menos conveniente.

La única forma de transformar la vida que nos afecta es participando, con la expectativa de que, aunque no nos falte nada, podemos juntos lograr que aquellos a quienes les falta todo puedan obtener los mínimos vitales; lo cual ayuda a construir políticamente una mejor vida para millones de personas y a lograr una sociedad más armoniosa y en paz.

Para participar no se requiere escuchar a los candidatos o militar en un partido, sino buscar algo de información veraz sobre los partidos y candidatos y así votar bien, que no es más que apoyar a quien se considera que lo merece, pensando en lo que necesita el país; y eso implica pensar en quienes tienen menos bienes o posibilidades. Votar bien no es hacerlo pensando en que las cosas no cambien, sino que se muevan y se transformen.

No hay que creer solo en las ofertas y posturas políticas que reducen, a partir del miedo, el abanico de opciones a buenos y malos. La publicidad política tiende a ser engañosa y tramposa si no se depura de su apariencia. Es importante votar por una idea, un programa o una expectativa, partiendo de una información políticamente honesta. No se debe votar contra alguien, para impedir algo, o para castigar; es preferible hacerlo por el mejor o “menos peor”.

Es ingenuo creer que no votar para no apoyar a un político que no lo merece es la mejor decisión, pues en realidad se está apoyando o favoreciendo a alguien que podría ser peor que aquel que con el voto se puede seleccionar y respaldar, aunque no sea el mejor. Debemos votar a favor de quien reúne más elementos que indiquen que merece el afecto electoral, aunque no sea una opción perfecta e ideal.