La llegada al poder en Colombia de una corriente socialdemócrata de izquierda representa un progreso democrático y la oportunidad para construir verdaderas alternancias de poder. Es un progreso político en la medida en que se ganaron las elecciones con una participación histórica y porque particularmente los sectores marginados y pobres del país votaron de manera masiva. Hoy existe una decorosa posibilidad de que se pueda hacer un gobierno para favorecer a los más pobres, trabajar por una paz total y liderar, a nivel mundial, una lucha por la conservación del medio ambiente teniendo a Colombia como eje; lo cual nos daría una oportunidad preciosa para que el país pueda tener un real y más eficiente poder nacional.

Lo anterior depende de que no reduzcamos las posibilidades de lograr las transformaciones reclamadas en Colombia, a meros temas políticos. Para esto, las élites nacionales van a tener que asumir su responsabilidad para mejorar el proceso de democratización. En este sentido, tanto la derecha como la izquierda deben abandonar las tendencias a la hipocresía y al cinismo. De ahí que el verdadero peligro para la democracia es que ella sea abandonada por los ciudadanos y quede en manos de partidos y dirigentes que no abracen la democracia, que no estén comprometidos con esta y que solo respeten las leyes que les convienen. Es indispensable que los ciudadanos reclamen más democracia para frenar el retroceso de esta; y así mismo, favorecer los esfuerzos por materializar cambios profundos, que permitan recuperar el tiempo perdido en la búsqueda de una sociedad más incluyente, superando los mínimos exigidos por la ley. Además, consolidar la paz es una condición necesaria e imprescindible para mejorar el sistema social y político, en un país que tiene una trayectoria de conservar instituciones, pero que cada vez más vacila frente a la democracia y coquetea con el autoritarismo, la corrupción y la ineficiencia.

En Colombia, la izquierda ha tenido dificultades para edificarse; y aunque se diga que las ideologías están superadas, estas no han sido erradicadas. Por ello, a nivel institucional y desde las élites no se debate entre derecha e izquierda, solo se descalifica al adversario para confrontarlo con más eficacia. La izquierda ha pretendido ser la política que rechaza la injusticia y es más auténtica en sus intenciones de hacer el bien a los demás, mientras que la derecha tiende a ser más egoísta; y quizás por ello esta última logra con más facilidad convocar intereses colectivos que en ocasiones hacen daño.

Norberto Bobbio decía que la izquierda dispone de atributos positivos y se reconoce como la promotora del bien. Entretanto, la derecha más recalcitrante se defiende del mal y atiende solo sus preocupaciones, casi sin moralidad; y con eso, cínicamente, se protege. Claro está que no faltan los líderes de izquierda que alardean de moralidad y perecen en la inmoralidad. De manera general, la ética en la izquierda es su debilidad. Por ello, la izquierda más autentica debe protegerse controlando expresiones de hipocresía moral pues podría corromperse ahora que se encuentra en el poder.