Antes de comenzar a hablar sobre este fenómeno universal, me encantaría que se preguntaran qué tipo de situaciones constituyen o pueden llevar a que una persona elabore un duelo.

Generalmente se nos vienen a la cabeza situaciones negativas, tales como la muerte de un ser querido. Sin embargo, es importante tener en cuenta que aun cuando exista un traslado de país por voluntad propia, por ejemplo, se está de igual forma, elaborando un duelo, pues se cierran ciclos, se cambian roles y comienza un proceso adaptativo.

El psiquiatra Jorge Tizón define el duelo como un conjunto de procesos psicobiológicos y psicosociales que siguen a la pérdida irreversible de una persona, objeto o ente con la que el sujeto estaba vinculado.

Para afrontar un duelo es importante detectar las estrategias y herramientas con las que se cuenta, cosa que resulta muy difícil cuando los duelos vividos son más llevaderos que la propia muerte. No se puede olvidar que el duelo es un proceso adaptativo y natural.

A su vez, es importante tener en cuenta qué es lo que pierde la persona, pues esta presenta un vacío de la inexistencia del otro y su mundo interno se encuentra destruido, desorganizado, roto y solo él/ella sabe por lo que está atravesando. Para superar dicho proceso, se debe recomponer y reorientar la actividad mental para poder cerrar de manera adaptativa las etapas de este, logrando aislar la energía del pasado y de su interior, para poder direccionarla hacia el exterior y hacia el futuro.

Existen varias teorías con respecto a las etapas del duelo. Por un lado, está la negación inmediata después de la pérdida. La persona puede entrar en estado de shock o de embotamiento y no creer que el suceso sea real, lo anterior varía según cada persona y no tiene un tiempo máximo, puede incluso, no presentarse. Lo siguiente es la rabia, la ira, la impotencia, la frustración, y es aquí donde puede aparecer la culpa, pues es inevitable buscar culpables ante situaciones negativas.

Luego viene la negociación, utilizada como defensa frente aquel terrible acontecimiento, pues la esperanza de que las cosas no cambiarán sigue viva; la persona se enfoca en lo que pudo haber hecho para evitar el suceso, enfrascándose en el pasado sin poder mirar hacia el presente. Así mismo, se hacen promesas como cambio de hábitos o de comportamientos ante aquel ser superior en el cual creen fielmente para modificar el curso de lo sucedido.

Lo siguiente es la temible depresión, pues la aceptación de la realidad está un poco más presente, lo cual genera una tristeza profunda, un aislamiento del entorno y una pérdida de motivación por aquello que anteriormente se disfrutaba. Se hace consciente que hay que despedirse de aquella persona u objeto y continuar con su vida, aun cuando no exista sentido alguno.

Por último, está la aceptación. Este punto puede ser controversial, pues no se trata de que la persona esté feliz y haya olvidado lo sucedido, sino que esta logra encontrar paz y más importante aún, tranquilidad. Desafortunada o afortunadamente la vida sigue y lo importante es aprender a vivir con aquello que ya no está, reorganizar su mundo interior y encontrarle un nuevo sentido y propósito a la vida.

Si están pasando por un duelo, les recomiendo sin censura que se atrevan a sentir dolor, pues si lo esconden o lo disfrazan, solo estarán retrasando el proceso. Recuerden que contar con su red de apoyo los ayuda a aliviar el dolor, así como el acompañamiento de un profesional de la salud que, de manera empática, los guíe para sobrellevar dicho proceso.

Si tienen ganas de bailar, bailen, si tienen ganas de reír, háganlo, si tienen ganas de llorar, lloren, no miren a aquel que no entiende por lo que están pasando y recuerden que no están olvidando ni jamás olvidarán a ese ser querido, a esa casa, ese trabajo, o a ese momento. Estarán logrando algo increíble, incomprensible, pero cierto: a vivir sin esa persona, sin ese objeto y a vivir en paz, cosa que no les pasa a muchos, aun cuando no hayan experimentado este terrible pero salvador y natural estado.