Muchas personas sueñan desde pequeñas con casarse, otras no piensan en ello, algunas se mortifican porque cumplen cierta edad y no lo han hecho, en fin. Hay múltiples reacciones y opiniones ante la famosa institución del matrimonio, la cual, no podemos negar, es un fenómeno con el cual vivimos diariamente.

Cuando dos personas se encuentran y comparten esa energía, ese sentimiento, esa sensación, el mundo por unos minutos, literalmente se detiene. Lo anterior es lo que llamamos la etapa de enamoramiento (ojo, no podemos confundir esta etapa con el amor verdadero), la cual consta de la atracción física, la idealización del otro y de la actitud de compromiso.

Generalmente posterior a esta fase, o durante la misma, viene el famoso noviazgo. En esta etapa, ambas personas se comprometen a dedicar su tiempo a actividades gratificantes y afectivas, a conocer lo bueno del otro, a respetar la independencia y la privacidad del otro (no en todos los casos y menos en las sociedades patriarcales), y aparece entonces el deseo de convivir con esa persona y de comprometerse.

Como la vida no es una película de Disney, comienza la fase de desidealización al otro. Anteriormente, un gesto grotesco parecía algo tierno, pero al convivir con esa persona, se hace consciencia de que el otro también siente rabia, frustración, tristeza y el problema radica en la forma en que estas emociones van apareciendo.

De igual manera, aquellas actividades novedosas y gratificantes disminuyen, ya que aparece la rutina y es aquí cuando la pareja debe ser creativa y evitar caer en la temible monotonía que aburre y hace que se pierda el interés en el otro y en la vida en pareja.

Y no es solo la aparición de las rutinas, sino el espacio que debe dedicar el otro a su familia, amigos y a su trabajo, disminuyendo así el tiempo que invertían en pareja a actividades excitantes y novedosas.

Cuando se vive en pareja, se consolida más la relación, ya sea en unión libre o contrayendo matrimonio. Para tomar esta decisión es importantísimo tener en cuenta que la comunicación es la base de toda relación y aun cuando suene cliché, es el mejor consejo que me han podido dar, pues el matrimonio no consta únicamente de una linda fiesta.

Después del matrimonio o de la unión marital de hecho, llegan en algún momento y en algunos casos, los hijos. Estas personitas van a aportar alegría a la vida, en algunos momentos, y tormentos, en otros. Lo importante es tener claro que la vida en pareja se debe reestructurar, pues vienen nuevas obligaciones y responsabilidades y recordar que la vida como la conocían dejará de existir, pero de cada quien dependerá si desea que esta nueva vida tenga todo el sentido del mundo o sea una mortificación para siempre.

La clave en esta etapa es no olvidar a la pareja. Si bien es cierto los hijos necesitan de toda la atención, sobre todo en los primeros años de vida, la pareja también lo necesita y si no se consolidan desde ese momento, la monotonía volverá a aparecer; la satisfacción disminuirá, la depresión podrá asomarse, las escenas de celos aparecerán, la ansiedad aumentará y la crisis entonces, volverá.

Adaptarse a esta convivencia no es tarea fácil, más no es imposible. Para hacerlo, es importante tener satisfacción a nivel sexual, de seguridad y de compañía y proyectarse junto a esa persona, siendo siempre cómplices, aun cuando discrepen en ciertas cosas.

Mi recomendación hoy es, comprométanse a crecer junto a su pareja, a cumplir sueños, a aprender del otro, a equivocarse y a levantarse, a conocer su mejor y su peor faceta, pero, sobre todo, a dedicarse tiempo. Arriésguense a viajar juntos, dejen a sus hijos al cuidado de sus familiares (estarán bien cuidados con la abuela), tómense una copa de vino, disfruten una serie en la televisión, léanse el mismo libro y compartan opiniones, intenten buscar un hobby, pero nunca olviden a su pareja, pues es mejor estar solo que sentirse solo dentro de una relación.