Hace un par de días una amiga escribió en un grupo de WhatsApp que estaba muy triste y que se sentía sola, ya que vive lejos del país. La reacción general fue decirle: “tranquila, todo va a estar bien”; “no estés triste”; “no llores”.

Es inevitable responder lo anterior, teniendo en cuenta que cuando existe afecto hacia el otro, no queremos verlo triste ni mucho menos, verlo sufrir. Esto me llevó a pensar en que siempre tratamos de disfrazar el dolor y de ahuyentarlo como si fuese una paloma.

Tendemos a catalogar las experiencias negativas como malas e inmediatamente pasan a un segundo plano. Lo cierto es que para vivir o mejor aún, para sobrevivir, necesitamos experimentar tanto lo positivo como lo negativo.

En cantidades balanceadas, estas emociones nos ayudan a recordar. Si la emoción es muy fuerte, el recuerdo será más intenso y de esta forma recordaremos las consecuencias de ciertos actos y contextos y así podremos evitarlos si nos causan mucho dolor, o enfrentarnos a ello si nos generan bienestar.

Así, nuestra personalidad se forja, en gran medida, gracias a las experiencias vividas y a las emociones asociadas a ellas, teniendo presente que la vida es una montaña rusa de emociones, las cuales nos llevan a actuar de cierta forma.

El psicólogo y pionero en el tema de las emociones, Paul Ekman, definió seis emociones básicas: alegría, asco, rabia, miedo, tristeza y sorpresa.

La alegría es la que todos anhelamos y la que nos hace repetir aquellas conductas que han sido positivas. Cuando estamos felices no existe poder humano que nos detenga, sentimos una fuerza interna que nos hace dueños del mundo, y no queremos que nada ni nadie nos frene.

Por su parte, el miedo es adaptativo y natural, pues nos ayuda a enfrentarnos ante peligros tanto reales como imaginarios. Sin el miedo no sobreviviríamos, pero ojo, si lo sentimos de manera desproporcionada, nos dificulta vivir.

La rabia la podemos sentir hacia nosotros mismos o hacia los demás (cuando nos sacan de quicio) así como cuando sentimos que algo es injusto o atenta contra nuestra integridad.

El asco nos ayuda en temas de supervivencia, pues se trata de una sensación desagradable pero protectora a la vez. Así, también nos ayuda con temas de higiene y de salud y, en ocasiones, surge gracias a las concepciones culturales que buscan garantizar y proteger sus valores.

La sorpresa aparece cuando sucede algo inesperado y es una emoción muy ambigua, ya que ese algo puede ser tanto positivo como negativo. Así, la sorpresa nos prepara para afrontarnos a esas situaciones y generalmente, desencadena con rapidez en otra emoción.

Decidí abordar de último la tristeza ya que es la que más tendemos a evitar. Sin embargo, es necesaria tanto para nuestro desarrollo como para nuestro crecimiento personal. El camino que recorremos en la vida tiene varias etapas y cada una de ellas debe cerrarse, lo cual puede generar, en ocasiones, tristeza.

Hace unas semanas les hablé del duelo y de que se permitieran sentir dolor y hoy, hablando desde otra perspectiva, también se los recomiendo.

Arriésguense no solo a sentir sino a expresar aquello que sienten. Así mismo, a dejar que los demás expresen su dolor, pues decirle a una madre que acaba de perder a su hijo que todo va a estar bien, no es lo más sensato, lo mismo que pedirle a un niño que no llore porque su mascota ha fallecido.

Es importante dejar de lado la falsa idea de que la expresión de emociones es para débiles, y recordar que el cuerpo se enferma cuando siente todo aquello que la mente no exterioriza. La clave está en aprender a controlarlas, lo cual no es tarea fácil.

Sin embargo, si se logra un balance y se es asertivo, cosas grandes se pueden lograr, y esa inteligencia emocional que le sobra a algunos pero que les falta a muchos otros, se asomará y el bienestar será casi inmediato, pues lo anterior es un viaje que emprendemos durante toda la vida.