La adolescencia es un proceso transicional que, en cierta forma, corresponde a la separación con la infancia. Es una etapa fascinante y a la vez crucial, en la cual no solamente se experimentan cambios físicos, sino cognitivos y conductuales.

Son los padres quienes, de alguna manera, regulan el actuar de sus hijos menores, tomando decisiones fundamentales por y para ellos. Así, los niños son protegidos y están sometidos a la vez.

Por lo anterior, los menores tienden a idealizar a sus padres o a sus figuras de apego. El miedo a ser abandonados o castigados hace que el niño acate el deber ser impuesto.

En la prepubertad los jóvenes comienzan el proceso de desprendimiento de los padres; sin embargo, no lo completan de forma exitosa pues, de igual forma, dependen en gran medida de ellos.

Llega la adolescencia y los jóvenes deben experimentar un tipo de duelo frente a su cuerpo, a su rol e identidad y frente a su relación con sus padres de la infancia, debido a que pasan del juego a la acción concreta y no se encuentran del todo preparados.

Es así como los adolescentes comienzan a desidealizar a sus figuras y ese proceso de desprendimiento se hace aún más fuerte ya que sienten mayor autonomía y la necesidad de romper las cadenas que los siguen atando con su infancia.

De esta manera, vemos cómo aparecen en sus vidas las relaciones amorosas, los planes con los amigos, los gustos musicales, etc., los cuales llenan el vacío del desasimiento. La idealización puede desplazarse entonces hacia artistas, deportistas, actores o cualquier otra figura.

También, vemos cómo un día les apasiona tocar el piano y al otro día se aburren de el, así como cuando optan por la moda del pelo fucsia, y luego se arrepienten.

Existen casos en los cuales el joven no logra definir una identidad propia ya que no encuentra afinidades plenas con algo ni con alguien, motivo por el cual lo vemos por ejemplo haciendo parte de grupos musicales, aun cuando no le guste del todo, teniendo en cuenta una falta en su identidad.

Es importante tener en cuenta lo difícil que resulta este proceso para los adolescentes. Aun cuando anhelan desprenderse de su infancia, les causa terror el tener que tomar decisiones por sí mismos, auto cuidarse, asumir responsabilidades, entre otras.

De allí que la rebeldía se impone como defensa de la libertad. Tienden a culpar a sus padres, a su familia, a la sociedad, haciéndolos responsables de todos sus problemas.

Los padres juegan un papel crucial durante esta etapa ya que, sin quererlo, por miedo a perder el control sobre él, pueden realizar actos que infantilizan al joven, lo cual lo lleva nuevamente hacia su niñez y le imposibilitan crecer.

Los adolescentes están en una constante búsqueda de sí mismos y de su identidad, de tendencias grupales, necesitan intelectualizar, fantasear, separarse de los padres, tener fluctuaciones del estado de ánimo, entre otras características descritas por el psiquiatra Mauricio Knobel, en el “síndrome normal de la adolescencia”.

Por eso, el proceso resulta difícil también para los padres, desprenderse del niño y lograr ver surgir e interactuar con el hijo adulto, sin embargo, es absolutamente necesario en su desarrollo.

Es importante entonces que los padres aprendan a escucharlos y no a criticarlos constantemente. No se trata de dejar de imponer límites y de ser extremadamente permisivos, sino de acompañarlos, de escuchar sus necesidades para lograr un acuerdo y conseguir el balance adecuado para sobrellevar esta temida, pero inevitable y decisiva transición.