Crecí en una familia de emprendedores e intelectuales. Mi abuelo paterno, huyendo de la Primera Guerra Mundial, se trasladó desde el viejo continente para crear en Barranquilla una gran empresa y mi abuelo materno logró llegar a la cúspide de la carrera política, la candidatura presidencial. Mi madre se arriesgó a estudiar filosofía y letras y mi padre, abandonando su sueño de ser arquitecto, se puso frente a la empresa que construyó mi abuelo.
Siempre he sido muy exigente y perfeccionista conmigo misma, pues después de ver toda esta excelencia, yo no podía fallar. Sin embargo, un día descubrí que soy pésima jugando básquetbol y que necesito refuerzo para comprender el inigualable libro de Baldor.
A mis 17 años, luego de graduarme del colegio, emprendí mi vuelo hacia la fría capital en búsqueda del sueño de convertirme en la mejor penalista del país y llegar a ocupar un ministerio.
La carrera de derecho en la Universidad Javeriana me cautivó. El derecho romano logró transportarme a la antigua Babilonia y estudiar de cerca el Código de Hammurabi y lo que hoy considero, sus absurdas prácticas.
Desde pequeña he tenido un espíritu altruista y me apasiona ayudar a los demás (era la “psicóloga” de mis amigas y siempre estaba en problemas por meterme en peleas ajenas). El inconveniente fue no saber desde qué perspectiva hacerlo.
Lo cierto es que yo quería alcanzar esa pasión de conocer a fondo la mente humana, sumergirme en las teorías Freudianas y guiar al ser humano en el camino de hacer consciente lo inconsciente, ese proceso que tanto me costó, pero del cual hoy, me siento orgullosa.
Fue así como decidí tomar la decisión más difícil de mi vida: cambiarme de carrera luego de 6 semestres para cumplir otro de mis grandes sueños, ser psicóloga clínica.
Lo anterior no fue fácil, debo admitir que aun cuando no tuve problemas académicos, me sentía como un auténtico fracaso. Me daba vergüenza admitirlo, me sentía juzgada y sentía que todo el esfuerzo que habían hecho mis padres por brindarme la mejor educación había sido en vano, pues los estaba defraudando.
Fue pasando el tiempo y con la ayuda de mi familia y de mi proceso terapéutico, logré enfocarme en mi futuro y más importante aún, en mi verdadero deseo, ese que reprimí durante muchos años.
Cuando tomé la decisión me sentí libre. Sabía que no iba a ser fácil, que el camino era largo y que seguramente me encontraría con muchos obstáculos, pero ¿no es así la vida? Logré conocerme más a fondo, dejando de lado la apariencia y aprendiendo a luchar por lo que hoy soy, haciendo lo que quiero con lo que tengo, aun cuando me falte bastante camino por recorrer.
No les puedo negar que me cuesta madrugar y que he tenido días en los que me no me quiero levantar de la cama, sin embargo, la satisfacción que siento al ver la evolución en los pacientes, el aprender cada día de ellos y del poder que tiene la mente, es lo que me permite seguir luchando y soñando.
A decir verdad, pensé que había eliminado de mi mente por completo el pensamiento de que era una fracasada. Sin embargo, hace pocos días, de un momento a otro, volvió a mí y fue cuando decidí escribir sobre ello.
Quise contar mi historia brevemente, para tratar de ayudar a aquellas personas que viven amarradas a una vida que no desean, ansiosas por no satisfacer los ideales impuestos o deprimidas por no ser o tener lo del vecino.
A estas personas les digo que, en ocasiones, el mayor obstáculo para conseguir el éxito y para cumplir nuestros deseos, somos nosotros mismos. Pues nos exigimos perfección, demeritamos nuestros logros, dejamos que el miedo nos invada, nos comparamos con el al lado y creemos que no somos suficientes, pero lo cierto es que sí lo somos.
Mi recomendación hoy es que no se desgasten tratando de ser los mejores en todo y complaciendo a todo el mundo. Dedíquense a buscar su propio talento y su habilidad que los diferencia del resto y explótenla. Sáquenle el jugo y sean su mejor versión, así lograrán cumplir sus metas y se acercarán un poco más al camino de la felicidad.
Los invito a que no solo sean soñadores, sino que crean realmente en sus sueños y en ustedes mismos, no dejen que nadie ni nada los detenga, pues una sola palabra puede arruinarlo todo. La clave está en confiar en su potencial y en hacerse la pregunta de qué desean realmente. Si aún no lo saben, busquen ayuda y descúbranlo, pues el camino puede ser arduo pero los resultados, mágicos.
Recuerden la frase del gran Salvador Dalí: “No tengas miedo de la perfección, nunca la alcanzarás” y disfrutemos siendo perfectamente imperfectos.