Llevamos varios años discutiendo sobre qué es jugar bien al fútbol. Como en casi todos los ámbitos de la vida hay disímiles opiniones al respecto. Algunos dicen que jugar bien es atacar más, otros que defender mejor, existen los que consideran que asociarse con armonía y cuidar la posesión del balón es signo de buen jugar; están los eclécticos que prefieren una mezcla de todas; y también los más pragmáticos que no se van por las ramas y afirman que jugar bien es ganar. En fin, no puede ser de otra forma si estamos haciendo un ejercicio (opinar, y sobre fútbol) que pone en evidencia nuestra condición humana. Pero, así como el debate sobre las formas que tiene el jugar bien está inacabado, yo creo que existen también, diferentes maneras de ejecutar mal un plan de juego, esto es, también se puede jugar mal de distintos modos.

Colombia y Argentina en sus respectivos encuentros pre Mundial nos lo ratificaron. El equipo dirigido por Pékerman fue el dominador del balón, del terreno y de la iniciativa, pero no de las mejores ideas ni de las mejores decisiones. Siempre avanzó, pero no siempre atacó bien. Siempre tuvo el balón, pero no siempre le dio fluidez y cambio de ritmo a esa posesión. Fue siempre a buscar a su rival a su propia área, pero no siempre los eliminó. En general los jugadores colombianos, salvo Armero unas tres o cuatro veces y algo Muriel hasta su lesión, se dejaron seducir por el balón y se olvidaron de los espacios, del desmarque hacia adelante, de la profundidad.

Ante un discretísimo, y en algunos casos inexperto Bolivia, Colombia, más allá de los dos balones en los palos y una intervención del arquero a cabezazo de James, jugó mal y obtuvo los tres puntos a través de un penal sobre el final y que, su desenlace, no quiso ser diferente al juego del equipo: equivocado (lo tapó el arquero) y rectificado con angustia y en extremis por la pierna zurda de James antes de la llegada del defensor boliviano.

Argentina, en cambio, también jugó mal, y muy mal, no con los mismos vicios de Colombia, sino porque no fue capaz de juntarse y al menos dar cuatro o cinco pases con sentido. Porque reventar el balón a cualquier lugar fue su recurso más vistoso en la defensa. Porque cada jugador era un cuerpo extraño y buscaba la solución unipersonal en cada momento. Sin juego, sin calidad, sin un mínimo de concepto colectivo y técnica para darle un destino y un propósito correcto al envío del balón, es el partido más feo que le he visto a la selección Argentina en muchos años, que solo de penal logró la victoria.

Dos ejemplos de cómo se puede ganar jugando mal. Otra vieja discusión que este bendito juego nos ofrece, seguramente para que nadie, afortunadamente, tenga la vedad sobre sus secretos y sus propias lógicas.