Yo era todavía un crío cuando Helmut Kohl llegó al poder en Alemania en 1982. Solo guardo recuerdos vagos de aquel otro Helmut, el socialdemócrata Schmidt, a quien el “gigante del Palatinado” arrebató la cancillería en una moción de censura. Cuando abandonó el gobierno tras su derrota electoral en 1998 yo había completado el bachillerato, una carrera universitaria, la formación profesional y estaba con mi primer trabajo de periodista en Bonn, entonces todavía la sede del gobierno de Alemania. El viernes pasado, Kohl murió a los 87 años.
En Bonn asistí a uno de los últimos mitines del canciller democristiano. Hablaba desde una modesta tribuna delante del histórico ayuntamiento de la ciudad, el mismo lugar donde John F. Kennedy había pronunciado un discurso memorable en 1963. Kohl hizo un repaso largo de sus logros, básicamente la reunificación de Alemania en 1990 y los avances en la integración europea. No dijo mucho sobre el futuro, si recuerdo bien. El mismo día por la tarde en Colonia, a pocos kilómetros de Bonn, vi a su rival, el socialdemócrata Gerhard Schröder, en un espectáculo de mercadotecnia política al más puro estilo estadounidense, que contrastaba brutalmente con el acto modesto de Kohl. Era el cambio de una época.
Los obituarios de estos días destacan los dos grandes logros del canciller, la reunificación alemana y el proyecto europeo. Las versiones críticas reparan en las consecuencias económicas de su política, más motivada por el idealismo que las cifras frías. No es que Kohl no entendiera de economía. Es más, sentía un auténtico desprecio por los reparos económicos que alegaban sus asesores y otros expertos. Tomó la decisión controvertida de convertir los ahorros de los ciudadanos de la RDA a un tipo de cambio de uno por uno, lejos de lo que se pagaba en el mercado, con el objetivo de que los alemanes del Este no se sentirían discriminados en el nuevo país desde el principio. Pero el resultado fue una inflación galopante, la pérdida de competitividad de la industria del Este y hasta la dimisión del presidente del Bundesbank.
Después, el euro era más que una moneda común para Kohl. Significaba el paso más radical en la profundización de la unidad de Europa. Sin embargo, los fallos de construcción de la unión monetaria más tarde intensificaron los desequilibrios que provocaron la crisis del euro y el rescate de varios países de la periferia europea.
Kohl cometió otros errores, como la financiación ilegal de su partido, la Unión Democristiana. Pero criticarle desde la perspectiva de hoy por sus malos cálculos económicos es un ejercicio a medias. Habría que imaginarse cómo hubiese transcurrido la reunificación alemana sin la decisión política de cambiar los marcos uno por uno. ¿Y, a pesar de todos los problemas, Europa hoy estaría mejor sin la moneda única? En un mundo donde los dirigentes políticos, a menudo, basan sus decisiones mirando a los mercados financieros, a veces se echa en falta cierta dosis de idealismo y valentía.
@thiloschafer