Como decíamos, en aquellos años cincuenta, Gabo vendía libros de medicina y enciclopedias por el Valle de Upar. Manuel Zapata Olivella, que lo veía con frecuencia, recordó su “obsesión por olerlo todo: las ciruelas jobas, las almojábanas, los sancochos de chivo y las parrandas de acordeón”.
Escalona contó que “Gabito comía huevo de iguana y arepa criolla, y le gustaban las salamandras y las lagartijas como los bellolíes y los arcoíris”. Que a él le pedía caracoles, caballitos del diablo, animalitos extraños. “Cazaba chicharras que amarraba y hacía mover sobre su cabeza, hasta que un día una le metió las alas en un ojo y duró un mes poniéndose pañitos calientes de agua de sal y de manzanilla”.
Gabo discutía con Escalona sobre la existencia de Francisco el Hombre. Gabo sostenía que aquel no había existido. Escalona que sí, que se llamaba Francisco Enrique Moscote Daza y que era de la provincia de Padilla y Valledupar. Gabo y Escalona se lo preguntaban todo y el compositor colmaba a su amigo de regalos: peinillas, jabón de Reuter, pañuelos morados, lentes de fantasía y zapatos Faitala.
“Cuando Escalona compuso ‘La vieja Sara’ –recuerda García Márquez– estábamos en una parranda. Rafael no alcanzó a terminar la canción porque se la silbó a un acordeonero que estaba por ahí. El tipo agarró música y letra de una sola oída. Fue viernes o sábado de carnaval. Cuando la parranda terminó, Escalona, que iba de Villanueva para Valledupar tuvo un accidente, una cosa leve, pero que lo obligó a suspender la parranda de carnavales. El tipo a quien él le silbó la canción empezó a regarla y fue el éxito de las fiestas en toda la provincia. Cuando Rafa se levantó, ya la canción se le había ido de las manos, ya no tenía control sobre ella, ya estaba en todas partes y él, que trató de efectuarle algunas correcciones, no pudo hacerlo porque los acordeoneros no le paraban bolas sino a la versión inicial”.
Gabo supo bien cuánto hubo de vallenato en su saga literaria y cuánto de forma, ritmo y contenido pusieron la letra y la música de acordeón en sus cuentos y novelas. Sobre las dotes narrativas del más grande compositor vallenato dijo alguna vez su amigo común, Álvaro Cepeda Samudio:
“Escalona, el gran romancero de este tiempo, relata en sus cantos la geografía de su región; nombra su topografía, anota sus ríos, enumera sus municipios, indica el modo de viajar de un sitio a otro, cataloga su fauna, determina sus cultivos, establece sus orígenes históricos, cuenta su vida diaria, exalta las realizaciones de sus hombres y se burla de sus necedades; amorosa e indiscretamente, ventila en público su vida pasional y puebla sus valles y montañas de los personajes que habrán de perpetuarlo”.
¿Acaso no hace lo mismo un escritor de novelas? En Barranquilla, Gabo se dio cuenta de que tenía que irse por el Magdalena hasta La Guajira. “El camino contrario al recorrido por mi familia. El viaje de regreso. El viaje a la semilla”. (Continuará).