Al decir guionista o libretista, casi siempre pensamos en un escritor, pero a muchos de los autores que han transitado de la literatura al cine, les ha resultado decepcionante en ocasiones la suerte final de sus historias.
Acostumbrados a ejercer como amos absolutos de sus textos, esos escritores se sienten ultrajados, traicionados, cuando el productor de turno les recibe su obra, se las paga y luego, casi siempre con la ayuda de un tercer personaje, el director, se las destroza.
“Se tiraron mi relato, mi cuento o mi novela” parece repetir en múltiples ocasiones el escritor. Lo dice con vergüenza y con razón. Se argumentará que, en casos escasos, la película supera con creces la narración original pero, aunque cierto, se trata de un juicio distinto y distante del escritor.
Para éste solo cuenta que su obra ya no es más su obra, que se la han cambiado, que fue apenas materia prima de otra obra por terminar, buena o mala, en las pantallas.
En el contexto de la economía de mercado, de la industria cinematográfica y del nuevo mundo tecnológico, el escritor adquiere significados distintos. En general, es más escribidor que escritor. Bueno, es guionista o libretista.
Se pueden escribir cartas de amor con la misma mano con la que se prepara un expediente. Se pueden escribir poemas con el mismo puño con que se firma un auto de detención…
A veces el escritor joven ignora lo que va a depararle su próximo trabajo. Salvo contadas excepciones, quien escribe para el cine resulta cómplice o víctima. Fabrica la historia por encargo o la abandona en manos de los demás.
Boris Vian, recuperado escritor ruso, se llamaba también Vernon Sullivan, el nombre de su alter ego. Bajo el seudónimo de Sullivan, Vian escribió todas las barbaridades, fórmulas y porquerías que quisieron sus editores. Eso lo mantenía, le daba dinero. Es la misma historia de tanto best seller. Vian la recorrió para sobrevivir, junto a la de ingeniero, crítico de jazz, actor, cantante, cronista, conferenciante y traductor.
Obligado por la situación, aquello fue, como dicen, una opción personal, pero lo cierto es que Vernon Sullivan terminó explotando a Boris Vian. Cómplice de los editores, lo obligó a producir ciertas historias en determinadas condiciones, entorpeciendo sobre todo la escritura de Vian como Vian.
Si el escritor sobrevive con el cine, es casi seguro que le esté haciendo concesiones a su libertad. Y cuando esto ocurre, la literatura pierde. Las reglas del juego son otras y el juego no será el mismo.
Si no sobrevive con el cine, la perspectiva puede ser distinta. Podría inclusive el autor llegar a ser guionista, director y productor de su propia obra y conservar así la autonomía y el control sobre la misma. O, como escritor de kilates, reconocido y venerado, ponerle condiciones a los productores que necesitan de su nombre y de su historia para comprar y vender. Pero no todos se llaman Stephen King o Steven Spielberg.