La primera cátedra de medicina del país la ofreció, en el año 1733, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, pero fue solo hasta la primera década del siglo XIX que la oferta resultó realmente atractiva para la matrícula de estudiantes.

Era la época de la colonia. Esos primeros alumnos debían memorizar muchos textos sin poder hacer mucha reflexión de ellos, las oportunidades de cuestionar y de hacer comparaciones empíricas eran muy escasas. Se sometían a largas jornadas estudiando ciencias básicas y a unas muy cortas de atención a pacientes. Gran parte de la enseñanza se hacía en el anfiteatro, intentado entender en los cadáveres las razones por las cuales los tratamientos habían fallado.

Explicar la enfermedad como la lesión de un órgano específico, desconociendo aspectos del ser biopsicosocial que la padece, permaneció como concepto en las escuelas de medicina del país por más de un siglo. Este enfoque anatomopatológico exclusivo se mantuvo a pesar de la implementación de las recomendaciones del famoso Informe Flexner para la educación médica.

Si bien las prácticas clínicas lentamente se volvieron más frecuentes, en ellas solo se indagaba por la enfermedad, dejando de lado la salud pública y el entorno de vida del paciente. Fueron famosas las grandes salas de hospitales llenas de camas con seres humanos separados de sus familias en los momentos de su vida qué tal vez más necesitaban de cariño y amor.

Solo hasta las últimas dos décadas del siglo pasado el desarrollo progresivo de la atención integral en salud se volvió el eje central de los procesos educativos en medicina. Esta modificación privilegió la atención de pacientes en su entorno comunitario sobre las actividades teóricas y garantizó por primera vez el desarrollo de competencias, lo que se tradujo en la aceptación tácita de la imposibilidad de transmitir al estudiante la totalidad de los conocimientos biomédicos existentes. Fue entonces cuando finalmente se abandonó la idea de formar médicos que supieran de todo y se abrazó la de valorar la formación humanística tanto como la científica.

Los expertos mundiales en educación médica, reunidos en Cartagena durante la semana pasada, a propósito de la celebración de los 60 años de la creación de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) coincidieron en que la reforma a la educación médica del país que ahora se emprenderá, quedará incompleta si ella no incluye los elementos necesarios para garantizar, que además de formar excelentes profesionales, se formen buenos seres humanos.

A las nuevas generaciones de médicos se les debe continuar enseñando con el ejemplo que si no se puede curar, se debe aliviar y si no se puede aliviar se debe consolar. Un ejemplo de lo anterior es el de no obsesionarse con la inmortalidad, aceptando racionalmente los límites de nuestra humanidad. Los pacientes y sus familias claman por ello.

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