¿No se han fijado ustedes que en la Costa en particular, pero también en Colombia en general, existe una notable diferencia estética entre hombres y mujeres? En este país se sufre un claro fenómeno de fealdad masculina frente a otro igual de claro de belleza femenina. Hombre, hay de todo, por supuesto, y para gustos los colores, pero no creo que se pueda negar la siguiente afirmación con ínfulas de ley sociológica: en la Costa Caribe de Colombia el elevado número de mujeres hermosas lleva al abandono estético de los hombres, con el consiguiente resultado de un notable contraste entre la hermosura de las primeras y la horripilantilidad (dícese de la condición de quien es horripilante) de los segundos.

Quien no me crea que se pasee por las calles de Barranquilla o vaya a cualquiera de sus locales de ocio. Asistirá por un lado a la celestial conjunción de mujeres de bellos cuerpos, mejores vestidos y maquillajes, perfectos peinados y actitud siempre femenina y cordial (sí, ya sé que hay alguna que otra que merecería el premio a la corroncha del mes, pero oiga, señora, estoy generalizando, no se me ponga estupenda tampoco usted).

Sin embargo, por el otro, contemplará el dantesco espectáculo de tipos gordinflones como toneles, con peinados churriguerescos (esto les invito a investigar qué significa), más brutos que un condón de esparto y con una concepción de la elegancia consistente en los sábados por la noche meterse por dentro de los jeans la aterradora camisa de cuadros estridentes que durante toda la semana llevan por fuera. Por no hablar de los que usan gorra en interiores. O los que sacuden las llaves del carro como si de semejante muestra de peculio motorizado dependiese su masculinidad. O los que hablan, ríen y gritan cual tropa de hunos arrasando Roma.

¿Que también hay hombres como Dios manda? Desde luego, siempre queda un justo en Sodoma. Pero seamos sinceros: no mucho más de uno.

¿Y a qué se debe semejante contraste entre la belleza de unas y el, digámoslo así, discutible encanto de los otros? A la ley de la oferta y la demanda.

Sí, señora. Todo es capitalismo a fin de cuentas. Les explico: si la oferta (esto es, las mujeres) es elevada, la demanda (esto es, los hombres) tiende a imponer sus condiciones. O sea, si hay un montón de mujeres guapas, femeninas y cariñosas, pues los hombres dicen, oye, si total, puedo ir de una en otra, así que para qué arreglarme, para qué cuidarme, para qué siquiera ser fiel. Y así descubres a tipos que en Europa vivirían condenados al perpetuo onanismo y que aquí tienen novia y dos amantes, siendo todas ellas más jóvenes, más guapas y muchísimo más encantadoras que él. En España o Italia el fenómeno es el inverso. Por ello los hombres de allí son una maravilla (y no es porque yo sea de allí, pero también, para qué negarlo) y las mujeres, por el contrario, nos llevan por el camino de la amargura.

¿Solución a todas estas cuitas? Coger a veinte millones de colombianas y juntarlas con veinte millones de españoles. Y todos felices y contentos. ¿Y los colombianos feos y las españolas espantosas? Esos, señora mía, que ardan en el infierno.

@alfnardiz