Hay una gran expectativa cuando una novela extensa cae en nuestras manos. Uno se pregunta cómo hará el autor para mantener la tensión narrativa. ¿Qué carrilera nos lleva de una estación a otra en un tren de largo recorrido que nos muestra el relieve de los diferentes paisajes? La obra de Miguel Falquez Certain genera esa curiosidad; y como en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, desde el inicio nos vemos enfrentados a una serie de personajes que incluyen a los hijos, a los primos, a las tías y a los sobrinos de los protagonistas.
Para disfrutar totalmente de la lectura debemos olvidar un poco el árbol genealógico y deslizarnos por la historia. Cuando desistí de comprender la constelación familiar de los Rivadeneira Laurent, así como lo hice con los Buendía, la obra salió de su escondite: Carlitos, el narrador, hizo uso de su entrenamiento como mago y abrió el “baúl mundo” para mí. Este abracadabra me llevó a presentir que la forma inicial como se presenta la novela tiene mucho que ver con su intención final. El Baúl Mundo es un truco aprendido de su padre para hacer desaparecer a la asistente en el escenario, y luego materializarla, sorpresivamente, ante el público.
El libro de Miguel es así, un artilugio complejo: contiene la historia de un mundo antes de la segunda guerra mundial y hasta finales de los años sesenta, junto con la de todas sus personas, y todas sus cosas. En este ensamblaje hay una descripción minuciosa de las casas, sus habitantes y sus contenidos: no se le escapa ningún electrodoméstico ni una cucharita de plata, ni una porcelana.
A los apellidos se les da la misma importancia que a las marcas de los enseres. Hay un deseo de nombrar, y de apropiarse de un entorno social del cual el protagonista se siente excluido por su orientación sexual. A través de la lectura pude comprender el porqué de su obsesión con las alcurnias: la identidad que Carlitos busca en su interior, la intenta primero desde lo que ya le pertenece de cuna, desde los suyos: ¿pues qué son los apellidos y las marcas? Un signo de estatus. Y el estatus es admiración, aceptación, en últimas: amor. A través de este, el mundo nos hace dignos de su reconocimiento. Recordemos que se narra una época donde la homosexualidad es una condición vergonzante, casi parecida a una deformidad.
Aparece, entonces, la ayuda milagrosa de su padre, Mario Alfonso, quien es fundamental en esta búsqueda de Carlitos. Él es un personaje fantástico, de película. Viaja, tiene aventuras, amores y amistades con personalidades de la farándula y la política de la época. Es un hombre talentosísimo tanto para las relaciones públicas como para los negocios más disímiles: vende joyas, hace rifas, monta una sala de cine en el patio de su casa. Una figura masculina tan positiva —balance entre el principio del placer y el de la realidad— hace posible que Carlitos pueda encontrar el camino. Por eso, no sorprende que, ante el matoneo en el colegio, no dude en declararse homosexual: algo impensable para otro niño.
Sentí algo de envidia por su buena suerte. Como lector, disfruté también de la compañía de ese padre, y de los momentos únicos que vive con su hijo, como el asesinato de John F. Kennedy o la primera presentación de los Beatles en la TV norteamericana.
Toda la historia, con hache mayúscula, desfila como un telón de fondo, y es contada con tanta cercanía que uno puede tocarla. Lo cotidiano y privado se confunde con lo público. Hay dos ciudades que sirven de escenario para la novela: Barranquilla y Nueva York. La una, puerta a la modernidad, donde otras culturas conectaron a Colombia con el mundo y la despertaron de la larga y aburrida siesta rural. Hay árabes, cristianos, judíos y nazis, cantantes de ópera, divas del cine, además de ferrocarriles y aviones, y muelles marítimos como el de Puerto Colombia, uno de los más largos del mundo. Pero también es una ciudad hipócrita, fuertemente criticada por el narrador.
La otra, Nueva York, territorio de libertad, deslumbra a Carlitos y le hace pensar si finalmente allí solucionará su conflicto. Curiosamente, ambas ciudades son puertos, y a los puertos llegan barcos cargados de ultramar. ¿No es ésta una buena analogía del reto de la experiencia humana? El comercio, la tensión y la relación con otros tipos de gente genera en nosotros el avance y la riqueza de espíritu. Aunque en este caso no es así: como para los habitantes de Nueva York esto significa abrirse al mundo y a sus modernidades; para los de Barranquilla, encerrarse en una visión casi autista de sí misma.
Declarada la libertad, Carlitos experimenta la vida gay: observa lo que tiene de mezquino, como también su esplendor. A esto se suma que descubre a Sigmund Freud, y hace que contemple la idea de volverse psiquiatra. Nada sorprendente, la mirada del narrador siempre ha sido analítica. Cuando se gradúa de bachiller ya es un rebelde, seguro de su identidad. Las apariencias ya no le importan.
La novela cierra de manera sorpresiva: la alegría de la fiesta de graduación se ve interrumpida por un funeral. En la sala de velación, Carlitos, rodeado de sus compañeros adolescentes y desamparados, se pregunta con relación a su vida: ¿a quién quisimos?, ¿qué queremos?, ¿a dónde vamos…? En ese momento, el narrador mete su mano en la profundidad del baúl y saca el último recurso que le servirá para enfrentar la comprensión de la mente humana: el concepto que ésta tiene de la muerte. No por algo la filosofía define los grandes cuestionamientos del hombre entre el amor y el odio, la vida y la muerte, y Dios. Este Dios que también define cuál será nuestra relación con los demonios, con las sombras.
Es cuando el inconsciente hace su aparición en el texto, se muestra como el espejo donde el individuo y la sociedad pueden mirarse, dialogar y responderse. Las dos caras del rostro humano se juntan: la íntima y la pública. Es el pegamento final que Carlitos necesita para consolidar su identidad: ya todas las personas, las situaciones y todos los objetos que narra de su mundo están en consonancia con su interior.
* Hugo Reyes Saab es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás. Tiene una especialización en Creación Narrativa de la Universidad Central. Asistió al Taller de Escritores y al Taller de Novela de la Universidad Central bajo la dirección del maestro Isaías Peña. Toque de silencio en la troposfera es su primera novela y fue publicada por Editorial Escarabajo en el año 2020.
* Miguel Falquez-Certain nació en Barranquilla (Colombia). Es autor de diez poemarios, seis piezas de teatro, una noveleta, una novela y dos libros de narrativa breve por los cuales ha recibido varios galardones. Licenciado en literaturas hispánica y francesa (Hunter College). Cursó estudios de doctorado en literatura comparada en New York University. En octubre de 2019, la XIII Feria Hispana/Latina del Libro en Nueva York se celebró en su honor. En 2019, Nueva York Poetry Press publicó su antología personal de poesía Hipótesis del sueño. En octubre de 2020, Escarabajo Editorial de Bogotá publicó su novela La fugacidad del instante. Nueva York Poetry Press publicó Prometeo encadenado en 2022. Vive en Nueva York desde hace más de cuarenta años y se desempeña como traductor en cinco idiomas desde 1980. Su nuevo libro de cuentos Este aire impuro (Buenos Aires: Abisinia Editorial, 2023) fue lanzado en la última Feria Internacional del Libro de Bogotá.