¿Qué soy?, se pregunta un venezolano que conozco. La pregunta es pertinente porque él no sabe sí es migrante, refugiado, asilado, desplazado o qué. Podría ser un “qué”, dada la dura y dolorosa razón por la cual atraviesan millones de ciudadanos de ese hermano país. La mayoría no sabe, y en muchas ocasiones no les importa en cuál de esas categorías se tipifica la causa de su salida de “la pequeña Venecia”, nombre que le dio Américo Vespucio por su parecido con la ciudad italiana.

Todas las migraciones tienen los mismos riesgos: el impacto psicológico y social negativo de haber salido de su entorno natural y el rechazo propiciado por quienes reciben a los migrantes. Por esta última razón, Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, impulsa una campaña humanitaria contra la xenofobia denominada “Somos panas”, cuyo objetivo es sensibilizar a los colombianos contra la estigmatización hacia los extranjeros.

La estrategia es pedagógica, con tips que aconsejan no atacar a los foráneos. Lo que sugiere la entidad es escucharlos primero y no juzgarlos por su origen. Luego generar empatía, no generalizar y tratar la gravedad del tema de frente, sin tapujo, abordándolo sin prevenciones.

Se abre entonces un debate relacionado con la delincuencia común, la prostitución y la mendicidad, actividades ilegales en las cuales muchos actores son hermanos venezolanos arrojados fuera de su país por la fuerza de la crisis humanitaria no reconocida por el gobierno de Maduro, pero a todas vistas una de las peores de los tiempos recientes.

Pero por cada extranjero venido del país con el que más tenemos en común, además de una extensa frontera, hay tres colombianos que migraron hacía allá en otros tiempos de generosa abundancia en el bravo pueblo. Con Venezuela coincidimos en la historia con un mismo libertador, con un extenso Caribe, con Los Andes, con Los Llanos y con la Amazonía. Fuimos la Nueva Granada que luego terminó cortada transversalmente.

Y si de señalamientos se trata, sobre los estigmas, los medios de comunicación tienen un alto nivel de responsabilidad. La palabra venezolanos en un titular de prensa ha terminado siendo un gancho de venta y de audiencia. Pero son los niños venezolanos los más afectados por su situación de indefensión absoluta. No importa que sus padres sean refugiados o asilados. O estén en condición de migración forzada, por opción, regular, irregular, pendular o de tránsito. Tampoco importa si esos padres sean desplazados, o necesitadas de protección internacional o apátridas.

No importa técnicamente la categoría. El menor de edad será siempre el que reciba el mayor impacto. Y aunque se firmen decenas de convenios y las convenciones sobre los derechos de los niños estén vigentes, el cumplimiento de esos convenios y convenciones no se cumplen en la práctica. > Para sensibilizar estos temas tan delicados la agencia Pandi, que es periodismo aliado de la niñez, el desarrollo social y la investigación, propicia encuentros que buscan darle mayor fortaleza al periodismo nacional comenzando por las regiones. En esos encuentros se oyen diferentes voces y percepciones de lo que ocurre con los niños de la migración venezolana.

Uno de los temas más analizados es el de la violación de derechos fundamentales de los niños migrantes, que pueden ser separados, acompañados, de cuidado alternativo o ubicado en una de las tantas categorías ya mencionadas cuando nos referimos a los adultos. No a la xenofobia, no a la discriminación, debe ser una lema que los colombianos debemos tener como una bandera.

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