Dramática es la historia de Nancy Mestre. Más dramática aún es la de sus padres y hermano, quienes además de perderla trágicamente en lo que debía ser un feliz amanecer de un primero de enero, tuvieron que esperar 26 años para que la justicia capturara a Jaime Saade, la persona condenada por el homicidio y abuso sexual de ella, cuando apenas despuntaba los 18.

El caso es ampliamente conocido en la historia judicial de la ciudad. Y en este momento toma especial vigencia a partir de la captura en Brasil, como de película, del hombre acusado de lo que sin duda fue un vil asesinato, con la consiguiente conmoción causada por este hecho.

Este es un ejemplo de que la justicia tarda, pero llega. Y sirvió para que la familia hiciera catarsis después del doloroso rompimiento de la cadena del duelo, lo cual ocurre cuando los padres deben sepultar a sus hijos.

Martín Mestre, su padre, se impuso encontrar a Saade como un proyecto de vida. Había dicho una frase, con el dolor que puede producir, que no quería morir sin que capturaran a quien aparece condenado a 27 años de prisión por el asesinato y abuso sexual del que fue objeto su hija en el amanecer del primero de enero de 1994.

La información fue dolorosa por haber removido el pasado, pero al mismo tiempo tiene un efecto sanador porque sienten, según el decir públicamente de Martín, que comenzó a hacerse justicia. Ahora falta esperar la extradición, considerando que Saade debe responder ante la justicia brasilera por los delitos de falsedad en documento privado y suplantación de identidad. Usaba el nombre de un reputado cardiólogo para lograr un lugar en el seno de una ciudad del Brasil.

Pero el poderoso brazo de la Interpol, que en muchas ocasiones logra buenos resultados, había triangulado la información con una foto del fugitivo. Luego de varias pesquisas de la policía carioca se logró establecer, mediante la toma de huellas digitales en un vaso, que en efecto se trataba de la persona buscada.

Lo más probable, lejos de las argumentaciones jurídicas, es que Jaime Saade pagué los 27 años de prisión a los que fue condenado, y hasta ahí lo que parecía la fuga perfecta.

Extensa coletilla del ridículo: vergonzoso es el mínimo calificativo que se le puede dar a torpe la solicitud del gobierno para que la prófuga Aida Merlano sea extraditada a Colombia. Pedirle esa autorización a Guaidó, que no tiene ninguna autoridad real en Venezuela, es de una ingenuidad e ignorancia absoluta. A menos que se trate de una burda artimaña para que no la envíen, pero, aun así, lo que diga a la justicia venezolana se puede convertir en material inflamable para la opinión pública nacional y en importantes indicios para el juez que lleva aquí el proceso de corrupción electoral. La inadecuada solicitud le ha dado a la exsenadora un estatus de valiosa pieza de cambio entre dos naciones distanciadas ahora por sus ásperos manejos diplomáticos. La figura de la extradición debe transitar por las vías del amable entendimiento entre las naciones, y este no es el mejor momento entre los dos países.

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