Leo con inocultable fruición el informe de Fenalco sobre el aumento de las ventas del sector comercial durante la temporada de carnaval. Se calcula en 33 por ciento ese incremento en 2020 y tanto los comerciantes como otras personas cercanas a los grupos folclóricos nos frotamos las manos. Ellos por las sustanciosas ganancias. Yo, por la ingenuidad de quien cree que en esta sociedad los beneficios de unos deben repercutir de manera colateral sobre otros, y en particular, en este caso, sobre los actores de la fiesta.
Al tiempo, y no con menor interés y alegría, pongo el ojo en una noticia sobre Cotelco, la asociación aglutinadora de los hoteleros. Festejan, y con razón, que tienen 95 por ciento de ocupación de sus habitaciones en estos días. Ambos gremios se lo merecen. Trabajan, dan empleo y cada vez más sus productos y servicios locales son mejores, acordes con la actual luna de miel currambera.
Pero, me pregunto: ¿todos tienen responsabilidad social con los grupos emblemáticos que por décadas han construido este encuentro denominado carnaval de Barranquilla?, ¿aportan recursos para que sobrevivan las danzas y disfraces que tienen que pasar -perdonen la comparación- el sombrero como limosneros?
Mucha gente ha visto el carnaval, pero no tiene la menor idea de las afugias por las que pasan quienes participan en él resolviendo la canasta familiar y la atosigante vida diaria, al tiempo que buscan los recursos para el transporte los vestidos, la plata de los músicos y las arandelas. ¡Ah, y el ron, se me olvidaba!
Sé, de buena fuente, que hay sectores del comercio consecuentes y equitativos con las personas que protagonizan el colorido jolgorio. La mayoría a cambio de un registro publicitario, que en su exigencia por aparecer se aprovechan de su posición dominante y apabullan el vestido o el disfraz.
También hay mecenas clandestinos que aportan sin que su nombre salga a flote y prefieren que una mano no sepa lo que hace la otra. Pero, aun así, estamos cortos en darles lo justo a quienes con esmero, sacrificio y espartana dedicación son la razón de la fiesta, la tercera en su género en el mundo en cuanto a movimiento económico, después de Rio de Janeiro y Panamá, ambos países con mayor poder adquisitivo que el nuestro.
No estamos refiriéndonos a la alcaldía, ni a la gobernación ni a Carnaval S.A.S sino al sector privado. Una sociedad debe considerar siempre que como hay derechos, también hay obligaciones. Hoteleros y comerciantes pagan impuestos y producen puestos de trabajo, pero por esta época sus ganancias son abundantes, tal como ellos mismos lo cuentan. Oportuno es que revisen las rutas para apoyar a los portaestandartes del carnaval. Que lo hagan con sus oficinas de talento humano, sus contadores y la Dian. Seguro encontrarán vías expeditas para sentir aún más orgullo por esta fiesta que mueve más de 80 millones de dólares cada año, una cifra que en buena parte se queda en sus cajas registradoras. Quien lo vive es quien lo goza, pero, así como todos toman, todos deben poner.
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