Con esa fiel tendencia a la compasión que tenemos los colombianos miramos con lástima a quien pide limosnas o vende sus productos en la calle. Valdría la pena que ese mismo sentimiento lo materializáramos comprometiéndonos con los más cercanos, pero sin rechinar por las urgentes y necesarias medidas.

Algunas duras e inclusive afectantes de derechos fundamentales como el de la libertad de circulación de los ciudadanos, pero de igual manera es sabido que es deber del Estado velar por la vida y la salud de la gente. La medida de “pico y cédula” más restrictiva, como la que comenzó a regir ayer en Barranquilla, ha desequilibrado aún más la cotidianidad de miles de personas. Es incomoda, pero es uno de los tantos experimentos al que apuntan los gobiernos para frenar la pandemia del COVID-19.

O qué tal quienes miran con fastidio la pobreza que nos rodea esquivando la realidad de la que formamos parte, tal vez circulando en un lujoso Audi entre decenas de manos extendidas o haciendo gestos de llevarse comida a la boca para expresar el hambre.

En ocasiones, la formación judeocristiana nos deja ese tipo de vacío en lo concerniente a lo legal. Justificamos lo irregular a partir del asistencialismo, pero somos volubles en el cumplimiento de las normas. Igual en cuanto a las opiniones, como debe ser la democracia. Pero en este caso, qué dicotomía, al tiempo somos tan inflexibles cuando se trata de prejuicios y condenas. Sobre todo si algo o alguien atenta contra nuestra zona de confort.

Y hay que ver. La dureza de la pandemia aprieta duro por el cuello a quienes poco o nada tienen. A otros les sirve de laboratorio sociológico y jurídico para interpretar los comportamientos humanos y las decisiones de los gobernantes. Sacan a la luz, cual eruditos, cifras, fechas y citas históricas. Análisis sesudos a costa del hambre, de la falta de tino gubernamental o de los desaciertos de toda la vida de mandatarios mal preparados, o ineptos, o corruptos. O todo eso al tiempo.

Tenemos en Colombia dos escenarios. Los mismos que se extienden a Latinoamérica entera y a los países pobres del mundo, llamados en vías de desarrollo, una frase adornada con irónico eufemismo. Esos dos escenarios son el drama de la pobreza acentuada con el hambre, por un lado; y las normas de prevención, o aislamiento obligatorio, para no expandir más contagios o muertes por el temido coronavirus.

¿Qué hay que hacer? Todo. Compromiso, análisis, denuncia, participación, austeridad y reflexión. No se trata de sacar el supuesto Mahatma Gandhi que creemos llevar por dentro. Tampoco el Gurú Maharaj Ji, que era faro de luz en la adolescencia de millones de jóvenes en el mundo. Pero sí debemos ponerle más tono espiritual a nuestras vidas a partir de actos de justicia, equidad y obediencia aplicados en el entorno en el que vivimos y en el cual nos desempeñamos laboral y socialmente. No es un llamado al apostolado. Es el corolario de esta experiencia de la humanidad.

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