Seamos honestos: no estábamos preparados para las clases virtuales en lo logístico, lo técnico y lo humano. Al menos no las instituciones carentes de esta específica modalidad de educación, que son la mayoría.

Una cosa es un foro académico de vez en vez, en el marco del desarrollo de las nuevas tecnologías, y otra, muy, muy diferente, es la clase virtual propiamente dicha, con todas sus especificidades y herramientas pedagógicas. Y otra, por supuesto, es la presencial. Aquella del docente al frente, no ya en la larga y bostezante cátedra magistral, sino por medio de talleres, intervenciones espontáneas, ejemplos y ejercicios prácticos. La presencial es una educación que tiene más corazón, de la cual carece la otra.

Y no es que las clases virtuales no sean efectivas. No. Esta es una forma de enseñanza y aprendizaje eficaz porque llega masivamente incluyendo sectores de difícil acceso geográfi co o lejos del epicentro desde donde se emite la información. O con profesores y alumnos diseminados en distintos lugares. Pero para poner en práctica ese mecanismo es obligante poseer las estrategias adecuadas por parte del educador, que estimulen la participación y compromiso de los educandos. Pero, afirmar que los contenidos presenciales pudieron pasar a virtuales en menos de dos semanas, es un mayúsculo atrevimiento.

Educar por internet no es lo mismo que manejar redes sociales. Es, afirman veteranos docentes universitarios, un repensar, un reaprender, un reacomodamiento en todos los sentidos, cuando la capacidad y la tranquilidad mental de docentes y estudiantes está en juego a diario.

La pandemia del COVID-19 nos obligó a cambiar de un manotazo la forma de vivir y de enseñar. Hay que estimar, primero y ante todo, el esfuerzo de los docentes, inclusive aquellos con mayor experticia en la virtualidad académica para dar una clase de geometría o historia, mientras al fondo sus pequeños hijos se enfrentan en fraterno duelo, o el olor del almuerzo se cuela hasta sus narices.

La mayoría de las instituciones educativas tienen interconexión con estudiantes y profesores y para que estos lo hagan entre sí, pero la rapidez con la que llegó al mundo el coronavirus produjo plataformas “emparapetadas”, un calificativo que no tiene ánimo de ofender a ninguna institución. El COVID-19 es una pandemia causante de otras pandemias, como son las del impacto económico y social y consecuencialmente el educativo.

En una reciente mesa de trabajo virtual, un grupo de niños y jóvenes de Barranquilla expresó sus inquietudes con el fi n de formular el plan de acción de los próximos cuatro años. ¿Y qué piden los pelaos? Piden que los profes no hagan tan extensas las jornadas, que hagan más recreos, es decir más pausas virtuales, además de continuar con el horario escolar de comienzo de año.

Confiar los sistemas educativos a la tecnología es un privilegio para quienes antes no accedían a ella, solo que la virtualidad deshumaniza y las estrategias se han centrado en los procesos y no en la calidad de la educación.

mendietahumberto@gmail.com