Usando una típica frase beisbolera la medida de control del pico y cédula por el COVID-19 pica y se extiende en Barranquilla hasta el lunes 15 de junio. Decisión incómoda, pero necesaria por el galopante ascenso del número de contagiados en desmedro de la salubridad pública. Nada parece detener el ímpetu de la gente para salir a la calle, unos por física necesidad y otros por la innata anarquía tropical que nos acompaña para acatar consejos o respetar órdenes.
Aplicando un término en boga, “exponencialmente”, las cifras de contagios crecen en esta capital y en el departamento. En el diabólico ranking de coronavirus vamos escalando hacia un absurdo premio de montaña. Varias explicaciones pueden tener esos datos. Una es la ya mencionada de desorden y falta de cultura ciudadana. Y la otra, es la rapidez y eficacia cómo se estarían realizando las pruebas y por ende los resultados alarmantes. Esto sin la pretensión de actuar como abogado de oficio del establecimiento.
Lo que está claro como el agua es que los subregistros muestran a algunos entes territoriales con un aparente desempeño óptimo o moderado en el manejo del COVID-19. Es decir, frente a un marcado déficit en la toma de muestras, un bajo número de contagios, lo cual no ofrece una realidad de lo que puede estar ocurriendo.
Mientras tanto, prosigue el acalorado dilema entre la salud y la economía, pretendiendo que todo se abra ya a sabiendas del alto riesgo que se corre. Y en contraposición los partidarios de la apertura inmediata arguyen que sin trabajo no hay dinero, y sin dinero la gente no puede comprar y si no compra no come, etc…
La medida anunciada ayer de extender el pico y cédula hasta el 15 de junio no cayó bien entre quienes tenían la urgente expectativa de la reapertura comercial. No para darse un paseo, ni para vitriniar en centros comerciales, sino para producir porque los ahorros ya se fueron y en muchos casos nunca los hubo. Y además las deudas por nómina, o por servicios públicos o por arriendos crecen en la misma proporción que lo hace el silencioso y agazapado coronavirus.
Nuestra comunidad tiene un problema de disfuncionalidad innata. Se comporta mal para acatar directrices, pero a la vez exige atención y beneficios. Está especie de disfunción la practican todos los sectores de la sociedad colombiana. Nuestro comportamiento y zona de confort produce simpatías hacia dirigentes o ideologías, nunca, o casi nunca, a una actitud de la búsqueda del bienestar general, incluso a partir del sacrificio particular.
Así que ese debate de diversos sectores entre la economía y la salud podría llevarse de mejor manera, incluyendo a todos para que sea la sociedad en su totalidad la que se ponga en los zapatos del otro. El empleador en los del empleado, el arrendador en los del arrendatario, el acreedor en el del deudor y viceversa.
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