Los franceses siempre han sido los campeones del amor, pero ahora se fueron más lejos y, en la Universidad de El Havre, han dado con la fórmula para sintetizar en un perfume, elegantemente embotellado y con su coqueto spray, el olor de la persona amada. Sin duda es una grata noticia para todos los enamorados, pero también supone un riesgo para los libertarios del amor: ya no será la simple y novelesca acusación de “¡Vienes oliendo a perfume barato!”, sino que ahora, cuando cada quien use su propia fragancia perfumada y todos aprendamos a reconocernos de ese modo, la precisión podría llegar a ser inequívocamente condenatoria: “¡Hueles a mi prima Samantha!”. También el marido a la mujer: “¡Vienes oliendo a mi amigo Juan, que justo hoy no se presentó a jugar dominó!”. Así el mundo se llenará de tristes Ricardos III que, en vez de llorar la pérdida de su reino por un caballo, llorarán la de su pareja por un perfume.
El amor entra por los ojos, o por los oídos, o por ambos, como en aquel sabroso flamenquito: “Bonito, bonito eres, con solo unas palabritas, te llevaste mis quereles”. Sin embargo, para sentir más cerca a la persona amada no hay camino más directo e íntimo que el del olfato suspirador. Ni la voz al teléfono, ni las fotos: el olor. Pero este invento no solo gustará a las parejas en la distancia que no saben consolarse en el feliz número cuatro, sino que nadie podrá resistir la tentación de perfumar el mundo con su propio aroma potenciado con frescas esencias.
Lo único raro es que hablen del olor corporal como si fuera uno solo. No es lo mismo la mano que el pie. Y, si el olor lo sacan de la ropa, no es igual una camisa que un calcetín, ni una blusa que una falda, y así con todas las demás prendas de desvestir. No son los mismos olores. Y, si el olor lo extraen del propio cuerpo, ¿en qué parte exactamente están pensando esos científicos del rico apego?
Pero esto que aquí parece una dificultad quizás sea una oportunidad de ampliar el negocio: así nadie encargaría un solo perfume, sino varios, en función de dónde y con quién. El día de San Valentín ahora nos regalaremos el “Perfume de mi boca”, o el “Perfume de mi cuello”, y así con todas las demás partes de besar. No olvidemos que estos inventores son franceses y atrevidos. Sin duda se ingeniarán algún perfume de origen muy íntimo, e incluso uno más íntimo todavía, consiguiendo con la ciencia los mismos efectos hasta ahora reservados para la brujería de los bebedizos de amor: el maranguango definitivo del siglo XXI.
El aroma no es lo mismo que el sabor, pero, en el amor, una cosa siempre va con la otra. Por eso lo bueno sería que la caducidad del perfume fuera pronta (“Pasarán más de mil años, muchos más…”). Porque, muy bueno y todo, pero, para las rupturas sentimentales, este perfume sí que es mal invento (“Si negaras mi presencia en tu vivir…”), y podría acabar convirtiéndose en una correa muy corta y apretada con eso de que “Yo guardo tu sabor, pero tú llevas también, sabor a mí”.