La humanidad está dividida en dos razas muy distintas: la de los desconfiados, que nunca se machucan ni un dedo, y la de los cándidos, que, habiendo perdido una mano, siguen sacando la otra por la ventana del carro. Babbage decía que su padre era capitán de la primera raza. “No es exagerado ni mucho menos decir que no cree NADA de lo que oye, y solo mitad de lo que ve”. Pero más desconfiado fue Krook, el de Dickens, que ya de viejo se puso a aprender a leer y escribir sin ayuda de nadie, y por eso con mucha lentitud y tropiezos:
–Sería más fácil si le enseñara alguien (…).
–¡Ay, pero me podrían enseñar mal! –replicó el anciano con un extraño brillo de sospecha en sus ojos.
Sin embargo, lejos de esos extremos, un muchito de incredulidad siempre viene bien. Cuenta el doctor Johnson de una muchacha inglesa que se embarcó para Barbados porque una prima suya, en una carta, “le manifestó su deseo de que viajara a la isla, explayándose sobre las comodidades de que gozaba y la felicidad de su situación”. Después “su prima se mostró sorprendidísima y le preguntó nada más llegar cómo se le había ocurrido ir. ‘Pues porque tú me has invitado’, respondió. ‘Yo no’, respondió la prima. Ella le mostró la carta. ‘Pues veo que es cierto que te había invitado –dijo la prima–, pero es que nunca pensé que fueras a venir’”.
La mejor filosofía es la del maestro Picalúa, quien, ante cualquier tanteo comercial, pregunta pringamoza o requerimiento comprometedor, solía contestar como el chino: “Di tú plimelo…”. Si tu pareja te pregunta si tienes algún plan para el sábado, nunca digas “no, nada”, porque entonces seguro que te va a encartar con uno bien aburrido. Ahí tienes que cambiársela rapidito: “Creo que sí, ahorita te digo… ¿Por qué tú dices…?”. Di tú plimelo…
Cuando Policrátidas y una comitiva persa llegaron a Esparta, enseguida les preguntaron que si venían como particulares o como representantes públicos. “Si tenemos éxito, como representantes públicos, y si no, como particulares”.
Recuerdo que de niño aún me llegaron antiguos rumores rurales de los tiempos de la violencia. Si te detenía una cuadrilla de milicianos conservadores sin distintivos y te preguntaban cuál era tu bando, si contestabas que el liberal, ahí mismo te fusilaban. Y lo mismo si la cuadrilla era liberal y tú contestabas que el conservador. Yo pasé miles de horas nocturnas y aterradas de mi infancia tratando de ingeniar una finta verbal para que ellos respondieran plimelo. Pero años después, leyendo El amor en los tiempos del cólera, vi que a Lorenzo Daza una vez lo encañonaron con la dichosa preguntica mortal de si liberal o conservador.
—Ni lo uno ni lo otro —dijo Lorenzo Daza—. Soy súbdito español.
—¡Qué suerte! —dijo el comandante, y se despidió de él con la mano en alto—: ¡Viva el rey!
Lo malo del cuento es que los muy desconfiados al final se quedan solos y tristes, y los muy cándidos se quedan mancos. Un punto medio: de corazón abierto y querendón, pero con las debidas reservas del sabio Picalúa.