El problema de los que están obsesionados con la muerte es que tienen toda la razón del mundo: seguro se van a morir. Por lo demás, quienes tienen pánico a los ratones no piensan que todos deberían tener un gato. Y los que sufrimos de vértigo no nos asombramos de que otros se asomen impasibles al balcón a escupir calvos y mirar los escotes de allá abajo. En cambio, el obsesivo con la muerte no comprende y se desespera de que los demás estén tan tranquilitos e ignorantes de ella, como aquel hombre que va silbando por la calle cuando, por accidente, le cae en la cabeza una maceta fatal del balcón del mirón del cuarto piso.
Mejor la filosofía de aquel gordo cochero de Dickens al morir su segunda esposa.
—Bien, padre; todos hemos de pasar por eso un día u otro.
—Así es, hijo.
—Hay una providencia en todo ello.
–Ya lo creo que la hay –replicó el padre con grave ademán de aprobación–. ¿Qué sería de los empresarios de pompas fúnebres sin ella?
Woody Allen, cófrade de la Obsesión Verdadera, diferencia entre hipocondría y alarmismo, que es como distinguir entre borrachos y emborrachados. ¡Todo eso es el mismito terror a la muerte! Plutarco se reía de las personas racionales que, sin embargo, si “les pica la nariz, presienten su fin”.
Semana negra para esa Cofradía. El miércoles, Halloween. El jueves, el Día de los Angelitos. El viernes, el de los Muertos. Y el sábado, un duro guayabo de ron.
Mejor el humor de la dedicatoria de las Memorias Póstumas de Blas Cubas: “Al gusano que royó primero las frías carnes de mi cadáver dedico con recuerdo añorante estas memorias póstumas”. Y Lamb, en su célebre libro de ensayos, incluyó un ficticio elogio fúnebre supuestamente escrito a su muerte por un amigo suyo. “Sus íntimos, para confesar la verdad, eran a los ojos del mundo una tropa de andrajosos”. “No sé si debiera lamentar o alegrarme por la partida de mi amigo. Sus bromas empezaban a hacerse obsoletas y sus historias a repetirse”.
En la Cofradía no discriminamos a nadie. Niels Bohr tenía una herradura de la buena suerte. Un amigo le preguntó:
–¿Tú no creerás en esas cosas?
–No, pero he oído decir que es muy eficaz de todos modos.
Cuando Boswell fue a visitar en su lecho de muerte a Hume no logró que se retractara de su incredulidad en el más allá. Sin embargo, sí le brindó consuelo con en el humor. “Bueno, señor Hume, pues espero triunfar sobre usted cuando volvamos a vernos en un estado futuro; y entonces acuérdese de no fingir que toda esta infidelidad fue en broma”.
No todo es Disney y Carpe Diem. También está el arte de aquel estribillo de Paco de Lucía: “Cuando me pongo a pensar, que me tengo que morir, yo tiro una manta al suelo y… me acuesto a dormir”.
Sospecho que esos escritores, entre más bromean con la muerte, más miedo le tienen. Hablan de ella es para ahuyentarla. Así conozco un columnista que cumple años justo el Día de los Muertos y, cuando se pone a pensar que también se tiene que morir, enseguida contraataca con sus chistes y su embustería.