Gracias al apoyo del vargasllerismo y el charismo, que tanto aman mis conciudadanos en Barranquilla, es posible que la Reforma Tributaria cuente con mejor destino en el Congreso. Cambio Radical ha mostrado su catadura: quiere entrar al Gobierno a cualquier precio. Ojalá no salga descrestado en enero próximo. Bien sabido es que la mermelada en este gobierno es solo para el Centro Democrático, que tiene un hambre de puestos bien desaforada. A pesar de que la reforma generará un mayor déficit fiscal en 2020, y que no dará ningún resultado en materia de creación de empleo, como pasó ya en este año, la terquedad neoclásica sigue. La fórmula de entregar exenciones al gran capital para generar empleo nunca ha funcionado, desde Reagan, Thatcher y ahora Trump. El empleo depende de la inversión privada y pública, y la primera, del ritmo de crecimiento de la producción y las ventas. Afortunadamente, el liberalismo gavirista ha reaccionado a tiempo, y no quiere cargar con el fardo anti-popular de la reforma tributaria regresiva.
Me da risa que muchos corifeos del régimen no entienden lo que sucede en el país. Dicen que no hay tal “paro”, sin entender que son jornadas continuas de movilizaciones. No comprenden la frustración de los ciudadanos en empleo, seguridad social, pensiones, corrupción y destrucción del medio ambiente. El gobierno hasta ahora sigue perdido ofreciendo “conversar”. Como dice Gaviria, Duque escucha, pero hasta ahí. No hay agenda nacional. Como lo señala Sergio Fajardo, es un gobierno sin rumbo, ahora enfrentado a los horrorosos falsos positivos en Dabeiba. Cuando uno escucha estas noticias, no deja uno de preguntarse en manos de quien estamos. Otros “ilustrados” neoliberales no entienden cómo los movimientos populares generan pérdidas económicas que los afectan a ellos mismos. Es como si la historia debiera detenerse y solo proseguir con cambios milimétricos. Recordemos la Gran Revolución Inglesa y la Francesa, para tener idea de lo que son las conmociones sociales. Parece que nuestras élites nos llevan a esa confrontación ineluctablemente porque no saben leer la realidad que vivimos.
Dentro de ese escenario, asistimos al novelón anual de la fijación del salario mínimo. Aquí aparecen las teorías del personaje histriónico del DANE. Sin explicar en la página web la nueva metodología de cálculo, ahora milagrosamente, la productividad laboral solo creció este año en 0,21%. El residual de la productividad total fue negativa (-0,39). Aplicando la regla neoliberal de la pobreza permanente, el aumento salarial solo puede ser del 3,8% de inflación mas la productividad (0,21%), los cual nos lleva al ridículo aumento del 4%, o en aras de mucha generosidad, al 4.5%. Los lectores no saben cómo se calcula esa cifra, pero los que lo hemos hecho, sabemos que el dato es el resultado de una regresión econométrica que tiene muchos supuestos metafísicos, como igualar la productividad marginal al salario, lo mismo la del capital a la tasa de interés, suponiendo competencia perfecta. Lo que debe hacerse con el salario mínimo es desconectarlo por ley de todos los precios fijados en salarios mínimos (multas por ejemplo), y establecer tarifas que solo se incrementen con la inflación esperada. El salario mínimo debe incrementarse con un criterio social de atenuar la desigualdad.
Además, su alza no genera desempleo. Nadie lo ha demostrado. Su aumento debe ser mayor del 6%.