Hoy, meses después que la pandemia llegó sin ninguna preparación no queda más que reflexionar sobre los cambios que se requieren en la sociedad, el mercado y la administración pública.
Con la pandemia la mayoría ha aprendido el valor de la vida, el amor al prójimo, la solidaridad, la necesidad de ayudar a los demás, en especial a los más débiles; también a diferenciar entre lo importante y lo que no lo es; hemos vuelto a refugiarnos en la familia y los seres queridos. El miedo ha hecho comprender la máxima que somos un mundo de posibilidades, pero que entre ellas también está la muerte; “no solo el coronavirus da al vecino”.
La mayoría de los que se mueren son ancianos y quienes tienen enfermedades crónicas, pero también mueren los jóvenes y los niños. Como sociedad seguimos en la ambigüedad: admiramos y exaltamos al personal médico, pero nadie los quiere de vecino.
El sistema del mercado está en grandes dificultades porque en época de crisis sólo se compra lo mínimo que se necesita. En sus momentos de auge el mercado se olvida del Estado, pero en época de crisis clama por su ayuda. Después de esta pandemia el mercado tendrá que reinventarse porque también poderosos económicamente han declinado.
Se esperaría que en dicho sistema se entienda que no se puede crecer salvajemente y sin límites, pues se está acabando el planeta. Probablemente muchos empresarios se volcarán a donde la demanda siempre estará latente: el mercado de la salud, la educación, el medio ambiente y los alimentos, pero cuántos entenderán que la utilidad no es mágica y que el Estado no es quien tiene que dársela para que piensen también en resolver los problemas esenciales de la sociedad.
Independientemente del lugar del mundo lo que ha quedado claro es que el mercado no resolvió los grandes problemas de la sociedad y que ha sido el protagonismo de la administración pública, independientemente de la idea que se ha tenido de ella en todas las épocas, quien ha podido enfrentar las crisis de todo tipo.
Hoy más que nunca adquiere total validez su finalidad de la búsqueda del interés general, del bien común y la primacía del interés público. No obstante, también tiene que reinventarse, porque de la eficiencia y eficacia actual del aparato estatal ha dependido la cantidad de contagiados y de muertos en cada país, porque nada de lo que habían logrado y defendido les ha asegurado su éxito en la garantía de la vida de los individuos.
El país latinoamericano con mayor grado de desarrollo y población cuenta con cifras alarmantes de contagiados y muertos: Brasil ocupa el 2º lugar en el mundo. Colombia ha ido incrementando vertiginosamente en las últimas semanas los contagiados y muertos. Así que la administración pública en Colombia y en todo el mundo tiene grandes retos: El problema de la inequidad social, tendrá que resolver su falta de capacidad para afrontar con éxito no sólo las crisis económicas, sino las sociales y ambientales.
La pandemia ha puesto en juego todo el conocimiento acumulado hasta hoy y la administración pública no ha sido la excepción. Hoy se ha visto la importancia de la tecnocracia, ya no económica sino de los científicos del sector de la salud, pero ¿será suficiente con ellos para mejorar la vida y la calidad de ella? Probablemente no.
La pandemia ha demostrado la necesidad del equilibrio entre la gobernabilidad y la gobernanza, que incluye la responsabilidad y la consciencia social. En síntesis, las crisis son también oportunidades y la pandemia nos ha obligado a repensar la sociedad, el mercado y la administración pública.
*Subdirector Académico Escuela Superior de Administración Pública, ESAP