Al filósofo griego Esquilo, se le atribuye la reflexión respecto a cómo la verdad es la primera víctima de la guerra. Cada parte promueve narrativas y discursos que legitiman sus prédicas y reclamaciones.

Así mismo, el filósofo británico John Stuart Mill, en su obra clásica Sobre la Libertad, fundamentó la libertad de expresión sobre dos pilares. El primero, a partir de que la verdad no es unívoca, y solo puede ser construida por la competencia de visiones, versiones y argumentos. Segundo, que este intercambio de reflexiones promueve el dinamismo de la sociedad y evita su anquilosamiento.

Ahora bien, amparados en el derecho a la libertad de expresión, múltiples actores utilizan la desinformación y la difamación para comunicar de manera intencionada, información falsa o engañosa para manipular creencias, emociones y opiniones del público en general. Es decir, el objetivo fundamental es ganar adeptos, para crear conexiones de simpatía a su favor, en favor de su causa o de sus aspiraciones políticas.

En este sentido, la desinformación, la difamación, el acoso y la persecución en redes digitales a formas de pensamiento disidente se ha convertido indefectiblemente en la corriente dominante de este debate electoral. En este espiral, al contradictor político se le identifica como enemigo personal, al que se opta no por contraargumentar, sino más bien atacar con el propósito de obtener al máximo su desprestigio.

Ello ha ocasionado la coordinación de unas redes de canceladores profesionales, especialmente en redes sociales. Estos canceladores, se especializan en desprestigiar a quienes se ubican en orillas político-ideológicas diferentes. Lo hacen a través de la materialización del viejo refrán de “el relato, mata el dato”. Dicho de otra forma, a través de un lenguaje maniqueo donde los buenos son ellos o las causas que promueven, donde son los dueños de la verdad absoluta, y donde además son las víctimas inocentes por naturaleza, frente a lo cual justifican incluso las más aberrantes formas de violencia como respuesta a unos agravios que ellos afirman no haber creado.

El ejercicio es simple y está dividido fundamentalmente en tres etapas con una clara distribución de tareas. Una primera etapa de origen, en la cual un agente generador inserta una narrativa afín a sus objetivos estratégicos o postulados político-ideológicos. Una segunda etapa de distribución, donde un agente multiplicador, amplifica el mensaje a una audiencia vulnerable y poco informada. Finalmente, una etapa de fidelización, donde un actor polarizante se especializa en exacerbar la parte emotiva en la audiencia receptora de esta narrativa y estos mensajes, tratando de generar sentimientos de simpatía en favor de sus causas y aprovechando el escaso conocimiento especializado que buena parte de ella tiene sobre las complejas aristas que muchas de estas temáticas tienen.

En un momento tan crucial para nuestro país, como ciudadano aspiraría ver menos metralla digital y más coherencia en la solución de problemáticas nacionales.

@janielmelamed