La violencia y la inseguridad en Colombia son cotidianas y a todo nivel. En el campo y la periferia, un paro armado, incursiones guerrilleras y emboscadas a la fuerza pública. En lo urbano, ciudades asediadas por el crimen, con aumento en homicidios, extorsiones y hurtos.

El estudio del crimen desde la teoría de actividades rutinarias, establecida por Cohen y Felson (1979), básicamente establece que la ocurrencia de las manifestaciones de violencia y criminalidad requieren la confluencia sincronizada en el espacio y el tiempo, de tres factores fundamentales: Un agresor decidido, una víctima vulnerable, y la ausencia de un cuidador.

El agresor decidido es todo aquel individuo con inclinación criminal, que tiene racionalmente, la resolución de perpetrar el delito. Es decir, entiende la ilegalidad del hecho y sus consecuencias. Así, la violencia y la materialización del delito se consolidan como una acción consciente y no como la inintencionada consecuencia, per se, de una disfuncionalidad social o psicológica. Los perpetradores (material e intelectual), han sopesado los costos (respuesta punitiva de las autoridades, rechazo social, posible neutralización por organismos de seguridad del Estado) y los beneficios de la acción (consecución de sus objetivos), concluyendo que los primeros no representan elementos suficientes de disuasión.

La victima vulnerable, es aquel objeto, lugar, persona o comunidad, que se constituye como sujeto pasivo del delito en esta ecuación y que posee circunstancias especiales que determinan que se halle en una situación de inferioridad. Es decir, son un blanco sencillo, desprotegido y sin mayores oportunidades de defensa. Por ejemplo, ante la superioridad de la fuerza del agresor (delito sexual) o la carencia de instrumentos (activos/pasivos) para repeler la agresión. La ausencia de un cuidador no debe ser entendida exclusivamente como la falta de policías. En términos amplios un cuidador puede ser cualquier persona cuya presencia desestimule al agresor para perpetrar el hecho delictivo. Es decir, un familiar, un amigo, un vecino, o un transeúnte cualquiera. Incluso, pueden ser objetos y no personas, como en el caso de drones, un circuito cerrado de televisión y cámaras de seguridad. En términos amplios puede llegar a incluir la presencia de las capacidades y ofertas institucionales de acompañamiento por parte del Estado.

Por ello, para contener el delito, se debe intervenir cada una de estas variables. Para restar la determinación de un agresor es imperativo promover la efectividad de la sanción penal como elemento de disuasión. Ello se relaciona con tres elementos fundamentales: Una pena severa, que haya certeza sobre su imposición y que la justicia y las fuerzas de seguridad operen con celeridad. La realidad en Colombia de estos elementos, lejos de disuadir, estimulan.

Para disminuir la vulnerabilidad de las víctimas, se requiere el fortalecimiento de las capacidades institucionales, su presencia en el territorio y la adopción de medidas mínimas de autocuidado.

La falta de un cuidador se apoya en la mayor presencia de las capacidades de orden público y seguridad ciudadana por parte del Estado, el fortalecimiento de su pie de fuerza y la conciencia ciudadana de que la inseguridad es un problema de todos.

La letra de la famosa canción Pedro Navaja, nos da una idea del problema.

Las acciones de las autoridades a todo nivel deben procurar menos agresores decididos, menos victimas vulnerables y mayor número de cuidadores.

@janielmelamed