En el Festival Gabo 2018 acabamos de vivir un curso acelerado de periodismo que nos ha revelado esta profesión en su dimensión más compleja y exigente.

Allí hablaron los especialistas sobre periodismo de datos, sobre las técnicas del relato y sobre sostenibilidad de los medios. Además, hubo estudio de nuevas narrativas, de periodismo gráfico, y del económico, y el de paz y postconflicto, el de justicia, el de interpretación, o el de viajes, entre otros.

Cada uno de estos títulos fue una demostración de que la del periodismo ha llegado a ser una tarea exigente que cada día será más y más especializada.

El contraste con la realidad cotidiana del periodismo en provincia es, sin embargo, brutal. La Fundación Colombiana de Periodistas acaba de publicar un manifiesto para denunciar que, especialmente en provincia, el periodismo ha dejado de ser una profesión y es un trabajo informal, que se ejerce sin ninguna garantía laboral.

En cualquiera de las capitales del país, distintas a Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla, el periodista de periódico, radio, o televisión trabaja sin contrato y cuando mejor le va tiene trabajo para 3, 6 o 12 meses, o bajo la curiosa modalidad de “ponerse el sueldo que quiera” vendiendo publicidad; así por cada aviso él recibe una parte y la otra va para el medio de comunicación; obviamente no hay prestaciones ni asistencia para salud, aunque deba cubrir, con todos sus riesgos, la información sobre guerrilla, grupos delincuenciales, o de violencia urbana.

Un periodista que trabaja en esas condiciones depende de los que le dan y le pagan los avisos: comerciantes, empresarios, políticos, gobernantes: cada uno de ellos tiene el poder de limitar o de imponer la información, o de silenciar al medio y al periodista. Es la dependencia del trabajo informal.

Como el vendedor ambulante, el lustrabotas, el cartonero que recoge cajas vacías y botellas, o el vendedor de periódicos, todos trabajadores informales, el periodista sobrevive con lo que gana día a día.

Pero a diferencia de esos trabajadores, el periodista tiene la responsabilidad de mantener bien informada a la sociedad sobre lo que sucede en el mundo, en su país y en su localidad; el suyo debe ser un ojo alerta sobre lo que sucede en la política, sobre lo que hacen o dejan de hacer los gobernantes que manejan el bien de todos; si son honorables o pícaros de cuidado, deben mantener a la ciudadanía alerta sobre los peligros que representan tanto la delincuencia como la naturaleza. Él es un creador de la conciencia social. Y a pesar de todo, es un trabajador informal.

En estas condiciones este periodista mal puede cumplir su delicada tarea. Una sociedad desinformada queda así, sometida a la manipulación de políticos, gobernantes y mercaderes. Sin embargo esa sociedad no parece darse cuenta y se ha acostumbrado, a que sean trabajadores informales, los que todos los días estén manejando a su manera la información que le es indispensable para ser digna y libre.

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@JaDaRestrepo