El silencio espeso que rodea los asesinatos de líderes sociales fue escuchado por Shirin Ebadi, una escritora iraní de paso por Colombia. “Con el primer asesinato tendrían que haberse convocado manifestaciones grandes”. Lo que ella ha escuchado es un silencio intensificado por declaraciones anodinas de funcionarios que incurren, como parte de su oficio, en las medias mentiras que los políticos y los gobernantes han descubierto como armas defensivas u ofensivas.

La historia de la carta que se varó en Panamá está rodeada de silencios como los que sus opositores le atribuyen a Gustavo Petro sobre la situación de Venezuela, o los del fiscal sobre los conflictos de interés que sus opositores le echan en cara. Los italianos llaman a esos silencios “omertá”, que es miedo o complicidad. Y en cualquier caso “una maniobra del engaño”, como denomina Alex Grijelmo a los silencios. (La información del silencio, 388).

Con los silencios se puede engañar más eficazmente que con las palabras. Es uno de los “renglones torcidos del periodismo”, como llama José Manuel Burgueño a la ocultación: “esa forma de mentir de la prensa contra la que es más difícil combatir”, (cita de Grijelmo, 67).

Esto lo saben bien publicistas y relacionistas públicos: “no es necesario mentir, tan solo hace falta ser cuidadosos al seleccionar qué parte de la verdad se debe contar”, señala Santiago Camacho (Calumnia que algo queda 2000, 189).

Un instrumento de esta naturaleza les está permitiendo a gobernantes y políticos adelantar eficaces campañas de desinformación. Parten de un hecho: el silencio informa. Grijelmo estudia esa clase de información y la resume en una fórmula: significado de las palabras + silencio= información. Y agrega: “silencio y palabras no son contrarios, el uno y el otro son activos y significantes”. (Grijelmo l.c. 520).

Una buena fiscalización del poder tendría que pedir cuenta no solo de las acciones y las palabras sino de los silencios, que es lo que ha faltado en la información sobre nuestros escándalos políticos habituales: los nombramientos polémicos hechos por el gobierno, las fallas de seguridad en el atentado contra la Escuela General Santander, el proceso de la corte contra el expresidente Uribe, y así podría continuar una larga enumeración de hechos sumergidos en pozos de silencio.

Parece un absurdo malicioso que en una época señalada por el masivo acceso a ríos caudalosos de información y de análisis especializado, el engaño en las informaciones que se dan y en las que se callan, haya hecho de la sociedad un muñeco de ventrílocuo que repite y amplifica lo que el farsante dice y lo que silencia. A pesar de los poderosos instrumentos de que dispone, la sociedad se ha vuelto más manipulable que antes.

De la sabiduría de los apaches destacó el antropólogo Keith Basso: “saber cuando no hablar puede ser tan importante como saber lo que hay que decir”. ¿De dónde ese ambiguo poder del silencio? Plutarco dio su respuesta hace siglos: “De los dioses aprendemos el silencio y de los hombres, la palabra”. (Cita de Peter Burke en Hablar y callar).

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