El periodista siguió todos los trámites, de modo que cuando tuvo frente a frente a su entrevistado, los dos sabían que todo era normal, menos el tema. Pero el presidente Maduro debía saber que sería una entrevista dura y que no tenía delante a uno de tantos periodistas obsecuentes o de ánimo cortesano, sino a uno de los duros del oficio que ya había sido silenciado o expulsado de la Casa Blanca por el presidente Trump. Por eso a Maduro no lo sorprendieron las acusadoras preguntas de su interlocutor Jorge Ramos.

Pero todo cambió cuando, apoyándose en un video, Ramos preguntó mostrando unos hombres que buscaban comida en un basurero.

Maduro reaccionó fuera de sí: el equipo periodístico fue encerrado en una habitación y sus equipos fueron retenidos junto con el material que había sido grabado.

Un grupo de estudiantes me preguntó sobre otra entrevista. Un periodista centroamericano le hacía un asalto periodístico a un embajador del gobierno venezolano. Era un “asalto” porque el periodista había irrumpido en el lugar en donde el embajador conversaba con otras personas. Al interrumpir conminó al embajador para responderle. El embajador esquivó al intruso y se retiró del lugar, pero, micrófono en mano, el periodista lo persiguió creando una molesta situación en la que el periodista voceaba sus preguntas y sus acusaciones al funcionario que no quería responder. En algún momento de la persecución hay una aparente agresión física al diplomático, a la que este responde plantándose delante de su agresor para que pregunte. Pero el periodista no se limita a preguntar, acusa, agravia mientras el venezolano escucha en silencio como quien resiste, estoico, un chaparrón. Su silencio contrasta con la vehemencia de las ofensas y las preguntas del reportero.

Cuando se le agotaron las preguntas y el embajador, que no había dicho ni una palabra, se alejó, fue seguido por los insultos del frustrado entrevistador.

A diferencia de Ramos, este periodista había asumido un inapropiado papel de juez y había borrado la línea que separa un interrogatorio judicial de una entrevista periodística. El embajador sabía que no tenía obligación de responder, el periodista creía que sí. Además este periodista se sentía investido de poder en nombre de sus televidentes, mientras el embajador rechazaba ese poder.

Al final el periodista quedó sin la entrevista y el embajador se retiró con su dignidad intacta.

Los perdedores en este episodio fueron los ciudadanos que tenían derecho a esa información. Había ocurrido lo mismo para los lectores o televidentes de Jorge Ramos, en este caso por la prepotencia del gobernante convencido de su derecho a controlar la información. En el caso del embajador, la prepotencia corrió por cuenta del periodista que creyó que su oficio es un ejercicio de poder y, ya se sabe, el periodismo o es un servicio o es algo desechable.

En las dos entrevistas parece reflejarse mucho de la situación actual en que mandatarios y periodistas demuestran que para ser buen mandatario o periodista hay que partir de lo fundamental: ser buenas personas.