Acaban de explicarme cómo hacen los políticos para robarse el dinero con que debían comprarse alimentos para los niños. El relato es vomitivo: ¿cómo puede alguien robarse la leche de un bebé? ¿O raparle a un niño la presa de pollo que está comiendo? Los otros actos de corrupción, cobros de policías y de funcionarios en las aduanas, en migración, en servicios de salud, al repetirse en la más escandalosa impunidad, se han vuelto práctica común.
Asqueado por ese panorama, vuelvo a enfrentar la pregunta: ¿qué hacer?
Y veo aparecer en mi libreta las propuestas. Hace dos años el procurador Carrillo propuso su fórmula: “Tenemos que demostrar que ser pillo no paga. La sanción judicial debe ir acompañada de una fuerte sanción social.”
No basta que la justicia aporte su rigor, la sociedad debe aportar su sanción, que debe partir de lo que la sicóloga M. Clara López llama la primera de 8 actitudes contra la corrupción: Cuestionar creencias.
Con ideas corrientes como la de agarrar las oportunidades, si usted no las toma, otro lo hará; el vivo vive del bobo que legitiman la corrupción como un recurso contra la extrema pobreza, la corrupción se ha hecho parte de la cultura. Se necesita, por tanto, un cambio de cultura, con todo lo abrumador que eso suena.
A los colombianos encuestados sobre el tema al comenzar el 2017, en El Tiempo, no les pareció así:
Para ellos la causa de la corrupción son las fallas de la justicia, la flexibilidad de las leyes o las entidades que no controlan. Solo, y en último lugar, la corrupción es asunto de cultura.
Sin embargo, el problema, tal como lo pudieron ver 89 empresarios que examinaron el tema, “ es de una alta tolerancia” opinó el 36,6%. Según ellos, este problema de pagos y dádivas a corruptos se presenta en aduanas (62,2%) en alcaldías (40,3%) y en Corporaciones Autónomas (37,3%).
Hay, pues, un acostumbramiento a la corrupción. De ese acostumbramiento se ha pasado a la insensibilidad y fluctúa entre la complicidad y la indiferencia. De estas dos la indiferencia es la más dañina.
Es como si de tanto repetirse, las acciones terroristas pudieran llegar a ser vistas con indiferencia. De hecho la reacción social frente a los atentados terroristas no es la misma con que se reciben los actos de corrupción. El registro de estos es de menor intensidad.
Aquí es donde apunte tras apunte, llego a tener delante el rostro de los indiferentes, esa clase sobreprotegida de los que no reaccionan porque no les importa y, por tanto, se convierten en cómplices.
La experta, directora de investigaciones de la Universidad de Pensilvania, Cristina Biccieri anotaba la contradicción: la corrupción, rechazada por la sociedad, termina siendo aceptada y hasta justificada como una práctica social.
Esa indiferencia se convierte en la puerta de entrada de la corrupción a la sociedad. Son los que mantienen la puerta abierta por donde entran y salen los corruptos. Por eso a la indiferencia se la llama una forma, quizás la peor, de la corrupción.
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@JaDaRestrepo