El tema de la última columna sobre la directiva militar para duplicar operaciones tiene otra cara como observaron, con justicia, algunos lectores. La del odio no es actividad exclusiva en el ejército, o de los políticos, o de partidos en ascenso, también la guerrilla, las autodefensas, los disidentes de las Farc y otros grupos armados han sido y continúan como agentes del odio.

Tanto por lo que hacen, por el mensaje que transmiten sus acciones, como por sus métodos de formación y adoctrinamiento de sus combatientes.

Debió ser escalofriante comprobar, como lo hicieron los sicólogos de Bienestar Familiar con un grupo de niños que habían sido rescatados de las filas de la guerrilla, que después de años de permanencia en el monte esos niños no distinguían entre el bien y el mal. Bajo el régimen de sus instructores guerrilleros solo sabían que para sobrevivir debían obedecer sin preguntas y sin dudarlo.

Relatos como los de Ingrid Betancur sobre su secuestro, que coinciden con los de otros secuestrados, dejan la misma amarga pregunta: ¿Cómo es posible tanto odio?

Como trasfondo del discurso político, la guerrilla hizo más daño que con las armas, con su reiterada y razonada invitación al odio. El componente doctrinario hace de ese odio una expresión fría y calculada, muy distinta del rechazo emocional e impulsivo contra exguerrilleros y gente de ideas de izquierda. Son impulsivos como la venganza, los gestos de exclusión y rechazo por lo que son, o por lo que parecen esos colombianos calificados como terroristas, guerrilleros, comunistas o drogadictos.

Cerebral, pues, el odio guerrillero; emocional, en cambio, el que se aprende en los cuarteles, los clubes, asociaciones y partidos defensores del orden . establecido. Por llamarlos de alguna manera, estos odios de derecha y de izquierda son los que afloran cuando se discuten, como en estos días viene ocurriendo, el tema del posible retorno de los falsos positivos, o el asesinato de líderes sociales, o la extradición de Santrich. Sin embargo no se trata de asuntos que puedan ponerse, como de igual peso, en los dos platillos de una balanza.

Son violencia y violencia criminal los secuestros, la muerte de secuestrados, los fusilamientos, o los asesinatos de civiles de la guerrilla; también son violencia criminal los falsos positivos y los asesinatos de líderes sociales.

Pero no son iguales. Los de la guerrilla son crímenes de un actor en quien nadie confía porque todos saben que es y se ha declarado enemigo del sistema y del modo de vida de la sociedad. Sus crímenes resultan lógicos, aunque repudiables.

En cambio un crimen cometido por miembros del ejército, una institución en la que la ciudadanía confía y a la que la sociedad entrega sus hijos porque la considera amiga, aliada y digna de confianza, aparece y es una traición. Desde este punto de vista es menos repudiable la acción de un enemigo declarado que la del amigo que hace daño solapadamente. Son crímenes unos y otros, pero no son iguales.

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@JaDaRestrepo