El silencio ha sido protagonista reciente en la prensa. Primero fue ese silencio impuesto al columnista de Semana; y ahora es el curioso silencio impuesto por The New York Times a sus caricaturistas que, a primera vista, no parece tan grave como el silenciamiento del columnista.
Pero las cosas no son como parecen. El periodista, al dar noticias promueve un conocimiento; el caricaturista o el escritor de humor iluminan con la risa esas zonas oscuras de los hechos o de los personajes y así, contribuyen a la formación de un sonriente talante crítico en la sociedad.
Si alguno no lo había notado, el caricaturista usa el lápiz como lente de aumento y deforma intencionalmente la realidad para que el lector vea lo que no había notado. Anotaba agudamente Hernando Téllez que así le descubre a la sociedad los pies de barro de las estatuas. Los caricaturistas son como el tábano que no deja adormecer a la sociedad.
Es certera la descripción de su papel, hecha por Álvaro Gómez Hurtado: “la caricatura, cuando da en el blanco, no es susceptible de réplica ni de rectificación. Su efecto es milagroso e instantáneo, como un disparo”.
Es esto lo que se silencia en las páginas internacionales del Times de Nueva York, y que se pone en riesgo en los periódicos que siguen el ejemplo del influyente diario. Como anotó el editorialista de El Espectador: “renunciar a la caricatura es preferir la comodidad al aporte a los debates públicos”. ( E. E. 16-06-19)
Pero con la caricatura pasa en los medios lo que con los otros géneros: cada uno produce riesgos. El caricaturista se mueve por una delgada línea de equilibrio entre dos extremos: o la crítica aguda y destructora, o la afrenta innoble. Es un peligro que agrava entre nosotros la polarización ambiente. Además hay entre nosotros abundancia de temas que no se pueden tocar ni con una sonrisa.
El humor es sano cuando entre sus componentes figuran la verdad y el respeto, la ausencia de estos componentes convierte el lápiz del caricaturista en un arma dañina y rencorosa.
Todo esto es lo que quiso dejar a un lado el periódico neoyorquino. ¿Por darles gusto a los lectores judíos que protestaron por la caricatura “antisemita”? ¿O porque sintieron que la caricatura es prescindible? Patrick Chappatte, uno de los caricaturistas del N.Y.T. vio la decisión de su periódico como “la pérdida de un espacio de libertad.” Y tenía razón, silenciar la risa es privar a la sociedad de una de sus defensas contra la solemnidad y el odio, y condenarla al envaramiento y sequedad de los intransigentes.
La incapacidad para reír no es una limitación trivial, por el contrario, garantiza la permanencia y profundización de los conflictos; la caricatura impide que las diferencias y los odios se vuelvan absolutos; además es otra manera de informar de modo que, cuando el periódico cierra este espacio, como cuando se clausura una columna, se limita el derecho a la información vista desde la inteligencia de la risa.
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