El problema de las Fuerzas Armadas no lo están generando ni las ovejas negras, ni las manzanas podridas. Es, sobre todo un asunto de estructura mental que afecta por igual a las ovejas y a las manzanas, estén podridas o sean de cualquier color.
Habrá lectores que recuerden, como yo, el paso de los reclutas que trotaban mientras cantaban consignas. Uno se detenía y creía entender: eran consignas de muerte contra el enemigo que en ese momento eran los comunistas.
La táctica educativa buscaba formar guerreros para un combate ideológico que enfrentaría a los buenos (los soldados) contra los malos (todo lo que oliera a izquierda).
Los que se han tomado el trabajo de seguir esa saga ideológica encuentran, sin embargo, casos como el de los generales Ruiz Novoa y Valencia Tovar que parecían salirse del pelotón al afirmar que para cerrarle el paso a la guerrilla se debían cambiar las estructuras económicas y sociales y mirar hacia el campo. Un discurso equivalente a perder el paso en un desfile militar.
Les corrigieron el paso, voces de mando como la de un senador, más experto en reinas de belleza que en temas castrenses que, sin embargo, clamó “cuando los militares estudian comienzan a conspirar y se vuelven políticos”.
Parecieron hacerles caso, a fines del siglo XX, los que tomaron la consigna de “Defender la patria”, cualquiera cosa que esto significare. Uno de esos significados hizo sobre la estructura mental de los militares un efecto más dañino que el carro bomba en la Escuela de Policía. Según el general Mario Montoya. “Las bajas no son lo importante. Es lo único”.
En Montoya se reconoce una mentalidad que se ha forjado en los altos hornos del odio, la intolerancia y la necesidad de venganza.
Por estos días se ha recordado el asesinato del médico Héctor Abad Gómez y han salido a la luz pública datos de la investigación judicial. Según esos datos lo asesinaron porque “le hacía juego al Ejército Popular de Liberación”; porque sus denuncias sobre violación de los derechos humanos afectaban a sectores de las Fuerzas Armadas; porque era “un médico auxiliar de los guerrilleros”. En la chaqueta que vestía el día de su asesinato se encontró una lista de personas que, como él, habían sido sentenciadas por las Fuerzas Militares. Figuraban allí, uno de los fundadores de la facultad de sociología de la Universidad Nacional: Eduardo Umaña Luna; dos periodistas: Alberto Aguirre y Patricia Lara; Alberto como “formador de calumniadores”, y Patricia como “amante de guerrilleros”. Y el dato delirante: figuraba en la lista Carlos Vives, el cantante, “por su peligrosa simpatía popular”.
La persecución implacable contra la izquierda, que había iniciado Julio César Turbay, se ha conservado como uno de los componentes de esta enfermedad de odio que contamina la estructura mental de las Fuerzas Armadas.
La persecución de las ovejas negras y de manzanas podridas es solo una operación de distracción. El mal que debe erradicarse está en la mente de una institución que merece y necesita una mejor suerte. Mientras se mantenga ese miedo cerval a las ideas de izquierda habrá muchos, muchos muertos, y mucho descrédito para nuestros soldados..
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@JaDaRestrepo