Lo ves en su cama. Haces cuentas: más de dos años ahí, cuadripléjico; cada día al asearlo, al alimentarlo por sonda, al cambiarle la ropa, te preguntas, no por curiosidad, sino por dolor: ¿esto es vida? Y luego, tan pasito que solo lo oye tu conciencia: ¿él sufre y no puede decirlo? ¿El quiere otra vida?

Son las preguntas con las que tienen que convivir miles de personas en el mundo y que se revivieron hace dos semanas cuando murió en estado vegetativo Vincent Lambert en medio de una agria discusión entre sus familiares: los que querían mantenerlo vivo a toda costa y los que optaron por ponerle fin a su sufrimiento al interrumpir la alimentación e hidratación artificiales que lo mantenían vivo.

Ardió la polémica entre los defensores del derecho ilimitado a la muerte voluntaria y los del otro extremo, que decían: “debió ponerse en manos de Dios para soportar lo insoportable”.-

Como todo lo que es extremo, son dos puntos de vista que producen rechazo. Y encuentro el pensamiento de un hombre que se acerca a los 90 años, que recuerda la larga agonía de su hermano Georg, víctima de un tumor cerebral, y de los diez años de demencia de su amigo Walter Jens, un lúcido intelectual. Son dos experiencias que, unidas a su propio sufrimiento, un alzheimer creciente, le dan sentido al libro de Hans Küng en que leo: “como cristiano y como teólogo me siento alentado a defender públicamente una vía media, convencido de que el Dios todo misericordia que le ha dado la libertad al hombre, le ha confiado al moribundo la responsabilidad y decisión en conciencia sobre el modo y el momento de la muerte. Una responsabilidad que nadie puede arrebatarle” ( H. Kung: Morir con dignidad. Trotta 2010. P.143)

Este teólogo deja atrás la imagen del Dios juez que condena y castiga, e invoca al “Dios todo misericordia” que no obliga a nadie a ir más allá de sus fuerzas ni a ser héroe por mandato. Y algo más: no cree que la vida sea el mayor de los bienes, como lo han entendido los que han entregado su vida por un bien mayor. Puesto que nadie nos consultó al darnos la vida, tenemos la libertad de devolvérsela, “no a un déspota cruel y que quiere ver a los humanos en el infierno de sus dolores o del puro desvalimiento”.

Interviene aquí otra consideración: el ser humano no lucha solo para evitar el dolor, también para morir con dignidad, que fue el otro bien que le quisieron preservar al francés Lambert y que defiende ese 76% de alemanes que, encuestados sobre si los enfermos terminales con esperanza de vida limitada, podrían poner fin a su vida con ayuda médica, todos respondieron que sí.

Y agrega el teólogo: “Si Dios ha confiado la vida a la responsabilidad del ser humano, este ha de ejercerla en la fase final, la ocasión más seria de su vida, cuando se trata de morir. Esto no implica desconfianza o soberbia ante Dios sino una inquebrantable confianza en Él, que no es un sádico sino el Dios misericordioso que me da la libertad de participar en la determinación de mi morir.”

Jrestrep1@gmail.com
@JaDaRestrepo