El video, en mi celular, mostraba una mujer joven que casi se arrastraba con sus muletas por una concurrida calle. La gente, sin dejar de caminar la curioseaba y seguía hasta que otra mujer, quizás de su misma edad, se detuvo, le recibió las muletas y la cargó sobre su espalda.
La cámara la siguió con más admiración que curiosidad y mi reacción, antes de repetir el video, fue elemental: “ todavía queda gente buena”.
Acababa de leer ese libro crónica de Frank Chinnock: Nagasaki, y recordé episodios parecidos aunque más intensos: el hombre que, ensangrentado por los vidrios que la explosión le había incrustado en el cuerpo, olvida sus heridas para ayudar a otros que pedían ayuda entre los escombros de su casa demolida por la bomba. Esos episodios me hicieron pensar que esa bondad que olvida el propio sufrimiento para ayudar al otro es un valor, que no ha desaparecido ni aún en medio del horror de un bombardeo. Esta era una bondad a pesar de todo.
Investigadores de Estados Unidos y Suiza, en una encuesta original, siguieron la pista de 17.000 billeteras perdidas en 40 paises y descubrieron que el 51% fueron devueltas y que el dinero volvió a sus dueños en un 98%. Se asombraron: la humanidad es más honesta de lo que cree.
Entre mis recuerdos favoritos está el de una negra alta, con cara de pocos amigos pero de un corazón enorme, que dedica su tiempo al cuidado de su cementerio particular en que sepulta a muertos sin recursos, venezolanos últimamente, en un lote de su propiedad en el K 10 de la vía Riohacha- Valledupar. Me hizo pensar esa mujer que no es que quede gente buena sino que hay más bondad en el mundo de lo que uno cree.
Me convencí más de eso ante el caso de Margarita Jiménez, quien durante 25 años sacó balas y esquirlas, amputó piernas, trató enfermedades tropicales para servicio de guerrilleros; entregadas las armas, ella y otros 90 combatientes se inscribieron para estudiar enfermería como promotores rurales de salud. El lugar común rencoroso diría que es imposible, pero la realidad demuestra que en todo ser humano hay un espacio para la bondad.
Y para lo honesto. En Medellín se abrieron tiendas sin tendero en las que usted podía tomar lo que necesitara y dejar el dinero en una mesa Al principio siete se fueron sin pagar. Después solo 2.-
Quienes le oyeron decir a Alvaro Suárez, al recibir su diploma de técnico agropecuario, al cabo de 14 años como guerrillero: “por tanta sangre derramada el campo se marchitó; ahora quiero aportar para verlo florecer de nuevo”, entendieron que nunca es tarde para la bondad.
Expresiones torpes como la de “los buenos somos más, los malos son los menos” desconocen la realidad y predisponen para la violencia hipócrita de los que se creen buenos. En todos los humanos hay espacio para la bondad o para la maldad. Es hipócrita o ignorante quien se cree bueno total o condena al otro como malo integral. Todo ser humano, usted, yo, estamos abiertos a ese posible de bondad o de maldad. Reconocerlo así introduce en la sabiduría de la tolerancia.
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@JaDaRestrepo