El pasado 13 de agosto Jaime Garzón fue un muerto bien vivo. Ante un auditorio León de Greiff, de la Universidad Nacional, lleno hasta los topes de admiradores suyos, ante la larga fila de los que no pudieron entrar, impacientes y ansiosos, se podía pensar que pocos muertos tan vivos como Garzón, presente en la memoria y en el afecto de los colombianos a quienes abrió los ojos e hizo conscientes de la realidad de sus dirigentes y de sus compatriotas del común.
Esto lo hizo Garzón con el humor como instrumento movilizador de la conciencia colectiva. El suyo fue un humor que fue más allá del que mueve a la risa como otra diversión; el suyo fue un humor que no dejó adormecer a la sociedad. Esta expresión es de Alvaro Gómez, quien agregó: “cuando la caricatura da en el blanco no puede ser contrarrestada, ni es susceptible de réplica, ni de rectificaciones. Su efecto es milagroso, instantáneo como un disparo”. Esto lo decía de la caricatura, ese instrumento más temido por los gobernantes, con un poderoso superior al de un editorial. Sin embargo, Garzón utilizó un instrumento aún más poderoso, en vez de los trazos en papel, las suyas fueron caricaturas de carne y hueso, difíciles de ignorar y con una superior fuerza expresiva, que se movían, hablaban y desplegaban su propia capacidad comunicativa. A cada una le agregó su propia capacidad de comunicar de modo que él, Garzón, desaparecía y emergían en el escenario, con vida propia, personajes como Godofredo Cínico Caspa; , Heriberto de la Calle, Dioselina Tibná, Nestor Elí, John Lenin, cada uno con su gracia infalible y un mensaje insoslayable.
Fue tan claro que puso en evidencia lo que las audiencias millonarias de la televisión pensaban pero no habrían sabido decir, lo que los personajes en el poder ocultaban o por vergüenza o por seguridad; o lo que el país desconocía a pesar de tenerlo a la vista.
La risa estalla a veces por el impacto de la verdad desconocida y puesta en evidencia por el humorista. Lo decía Gabriel García Márquez: “(el caricaturista) no está tan pendiente de los gestos como de los pensamientos menos pensados que se quieren esconder detrás de las palabras”. Si esa clarividencia del humor pone a la defensiva al mundo político es porque “el caricaturista es el vidente de los pecados hechos hombres y sucesos” explicaba Fernando González.
Esa parte de la sociedad colombiana que solo sabe del humor canalla que celebra la calumnia, la ofensa o la ordinariez, ante el humor de Garzón reaccionó con irritación y respondió rechazando y tratando de silenciar con disparos el mensaje.
Se repitió hace 20 años la vieja historia, tan oscura como una maldición, el intento de acallar al testigo insobornable y sonriente, con otro asesinato, o de destruir la imagen rompiendo el espejo en que el país aparecía reflejado.
Pero Garzón es un muerto lleno de vida. Ahí lo vimos en este 13 de agosto en un nuevo aniversario que ocurrió en el Día de la Esperanza.
Su risa es un anuncio muy serio de que todavía es posible lo imposible.
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@JaDaRestrepo