Latinoamérica no existe. Es una entelequia. Por lo menos no existe para la elaboración de alternativas políticas duraderas y confiables que exigen los problemas que afronta. Los intentos de unidad y de construcción conjuntas han fracasado todos, sin excepción. Ha sido así desde siempre, desde que Bolívar en 1826 intentó llevar a cabo en Panamá un congreso anfictiónico que terminó en Tacubaya, México, en el que se le colaron incluso gente en la que no confiaba –dentro de esos los Estados Unidos–, y para ser exactos, fue un rotundo fracaso.
Después vino la guerra. La historia y la monumentaria dicen que Brasil, Argentina y Uruguay se unieron para caerle en gallada a Paraguay en lo que se conoce como la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), ycuyo resultado más catastrófico fue la cantidad de pérdidas humanas –se cree que Paraguay perdió aproximadamente el 60% de toda su población y casi el 90% de su población masculina–. Nueve años después, en 1879 – prolongada hasta 1884–, vino la Guerra del Pacífico. Se enfrentaron Chile contra la alianza de Perú y Bolivia por el control del salitre; para no dar más detalles solo diré que desde entonces Bolivia no tiene salida al mar.
Entre 1932 y 1933 liberales y conservadores dejaron de odiarse para odiar conjuntamente al Perú. Perú y Colombia se enfrentaron en una guerra de pocas escaramuzas que hizo que los historiadores se concentraran en hablar de las filas de las damas colombianas donando sus joyas para financiar la guerra. Pero no faltó el lenguaje guerrero: “Paz, paz en el interior. Guerra, guerra en las fronteras contra el enemigo felón”, dijo Laureano Gómez en el Congreso. Un cartel oficial muestra al presidente Enrique Olaya Herrera encaramado sobre una nube, sosteniendo en la mano derecha el tricolor nacional, dirigiendo las tropas de Colombia. La leyenda del afiche aterra: “Colombianos: Sembremos sangre, para que cosechemos gloria!”.
Repito: Latinoamérica no existe. Existe quizá en la solidaridad de los mochileros que se dan posada en sus viajes aventureros de escaso presupuesto, en la iconografía –cada vez menos- que rinde culto al Che Guevara, y en los ocasionales guitarreos de los migrantes en Europa y Norteamérica de canciones de los hermanos Parra. Pero la diplomacia de la mochila y el guitarreo no alcanza para resolver los problemas de estado.
Mientras tanto, en Nariño, en la frontera con el Ecuador, con hambre y frío, cientos de venezolanos esperan a que se abra la frontera con el Ecuador. Al oriente de allí, el Amazonas arde. El pasado jueves, en Leticia, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Surinam y Guyana, firmaron un acuerdo para proteger al Amazonas. Ojalá este acuerdo logre algo y no termine dinamitado por los intereses económicos de los inversionistas en cada uno de esos países. Ojalá que la latinoamericanidad exista, y no sea sólo los collares tradicionales indígenas que usaron, las frutas puestas en el suelo y los pequeños troncos de madera en los tuvieron que sentarse.
javierortizcass@yahoo.com