Nada nuevo: la Dirección General Marítima –Dimar– a través de la Capitanía de Puertos de Cartagena de Indias, en fallo de primera instancia, ordenó al Hotel Las Américas devolver los terrenos de bajamar que ocupa y que son propiedad de la nación. Como se sabe, en esos predios ubicados a la entrada de La Boquilla hace un tiempo se construyó una moderna torre de habitaciones y un centro de convenciones.
Por supuesto, el fallo es inédito. Digo nada nuevo porque la discusión sobre la forma en que la familia Araujo –propietaria del hotel– construyó en terrenos en los que no se debía construir es de vieja data.
Nada que no vengan diciendo desde hace años líderes sociales, consejos comunitarios, ambientalistas, veedores ciudadanos y que no salga a relucir en cualquier conversación cotidiana sobre la ciudad. Uno de los aspirantes a la alcaldía de Cartagena es miembro de esta familia y el fallo, que se desprende de una investigación en curso desde el 20 de abril de 2012 por petición de Pedro Vicente Rodríguez Páez, en calidad de vicepresidente de la Veeduría por la Justicia e Igualdad, sale en la coyuntura electoral. Quizá ahí está la novedad.
Nada nuevo: la sociedad conformada por Promotora Turística del Caribe S.A. e Inversiones Talarame S.A.S –propietaria del hotel– se defiende acudiendo al argumento, que por trillado ya es parte de la retórica.
Somos “una de las organizaciones empresariales más grandes y generadoras de desarrollo económico para la ciudad”; y también somos serios, y responsables, y respetuosos de la ley, y generamos tanta cantidad de empleos; y entonces parece que pasaran de ser una empresa comercial para convertirse en damas grises o rosadas o de cualquier color de los que usa la caridad, y se les olvida que sobre todo son una sociedad para hacer plata, para enriquecerse, y que ese, como el de cualquier empresa privada, es su principal objetivo, y que quizá eso los hace saltarse normas como las que dicen que no se puede construir en terrenos de bajamar propiedad de la nación, que además son zonas de gran impacto ambiental. Por supuesto, se defenderán, apelarán, y la cosa se dilatará y quizá dentro de poco ya nadie se acuerde, solo los que siempre han denunciado la situación, aquellos a los que no les alcanza para que sus reclamos, como en este caso, se conviertan en noticia nacional. Nada nuevo.
Aquí todo pasa, pero nada es nuevo. Lo nuevo sería aprovechar este momento de coyuntura electoral en que las cucarachas se agitan el mismo calabazo que comparten para empezar a construir alternativas políticas serías, éticas, estéticas, fundamentadas, reposadas, tranquilas, propositivas, sin mezquindades, más allá de coyunturas electorales, de largo aliento, que acaben, poco a poco, con la modorra de una ciudad que se acostumbró a vivir en la cotidianidad de los escándalos de su corrupción.
javierortizcass@yahoo.com