A veces, uno tiene el privilegio que tuvo Raúl Gómez Jattin de amanecer en el valle del río Sinú. A veces, uno tiene la oportunidad de asistir a una feria de la lectura encaramado en un planchón por el río observado desde la orilla por iguanas confianzudas. A veces, a los que no somos de este universo de mangos, garzas, barraquetes y bocachico, la vida nos da unos días para confirmar lo que ya sabíamos: que en esta tierra hay formas de estar más allá del terror y del control que impusieron ejércitos privados y de la algazara de gamonales y políticos en su comparsa de corrupción.

Desde el año 2016 Montería realiza Un río de libros, una Feria de la Lectura que ya va por su cuarta versión y que sería una verdadera pena que no continúe. Esta feria, por la manera en que ha sido concebida y la comunión y el interés que genera en toda la ciudadanía, debería ser parte del proyecto de ciudad a largo plazo. Y lo más lógica sería que fuera incorporada a todos los programas de gobierno de las futuras administraciones políticas.

Quizá lo más importante del evento es que se realiza en Montería y no en Barranquilla o en Cartagena, ciudades que tradicionalmente ha ejercido la hegemonía de los programas artísticos y culturales del Caribe colombiano. Quizá también porque hasta hace poco, la única feria que se realizaba en Montería era una dedicada a las vacas, de modo que tiene un carácter de novedad y ofrece la oportunidad inédita –como en efecto lo está haciendo– de inaugurar la tradición de un certamen en el que la ciudad se siente verdaderamente incluida.

En Montería he visto a gente humilde llegar de pueblos y veredas a escuchar con atención a quienes se presentan en la feria. He visto a escolares en tropel llenar los auditorios para hacer las preguntas necesarias; los he visto correteando una foto y abordando a los expositores con confianza y desparpajo adolescente. He visto a escritores y escritoras bajarse de los egos en que suelen galopar y sonrojarse con las carteleras y las representaciones que de los personajes de sus obras hacen los estudiantes en los colegios públicos de la ciudad que visitan. Pero sobre todo, los he visto salir de esas experiencias olorosas a lápiz, borrador y merienda escolar, provistos del combustible para seguir afrontando con más bríos su compromiso literario.

Montería ofrece un escenario envidiable de modo que lo que indica la sensatez y el compromiso ciudadano es que la feria debe continuar. Un río de libros debe estar por encima de cualquier mezquindad política. Su gente y la región la merecen. El próximo año, para octubre, estiraremos el cuello para ganarle unos metros de visibilidad a los meandros del río Sinú, y esperaremos, otra vez, la barcaza repleta de historias, de escritores y escritoras, entonces renovaremos de nuevo la esperanza y defenderemos, con la gracia de la cultura, las maneras nobles de habitar estas tierras.

javierortizcass@yahoo.com