El terror tiene buena memoria. Hace 46 años derrocaron y asesinaron a Salvador Allende, hace 31 años, el 54.71% de los votos de un plebiscito, se opusieron a que Augusto Pinochet prolongara su dictadura en Chile por ocho años más, y hace 29 años se dio la transición democrática en ese país. Desde entonces, las únicas crisis de cuidado ocurridas en Chile fueron las que generó el terremoto de magnitud 8.8 en febrero de 2010, el drama por los 33 mineros atrapados 720 metros bajo tierra por 69 días en una mina de oro y cobre en la provincia de Copiapó ese mismo año, y los dos grandes incendios que ocurrieron en Valparaíso en el 2014 y el 2017.

Ni la nación, ni Latinoamérica, ni el mundo, hablaban de torturas a la población civil, de detenciones arbitrarias, de desapariciones, muertes y de la brutalidad de las fuerzas armadas del Estado. Eso era motivo de películas, de los documentales y de las entrevistas que recreaban los tiempos aciagos de la dictadura, pero no de la cotidianidad chilena. Aquello parecía un tema tan superado, que hubo algunos fastidiados que pensaron que ya era hora de bajarle a los ejercicios de memoria y dejar de tocar esa vieja tonada.

Pero por estos días parece que el terror sacó la memoria que tenia engavetada. Los carabineros pulieron sus macanas. La vieja máquina para producir dolor no había sido destruida. Herrumbrosa y umbrosa, con su apariencia –solo apariencia– de cosa de otro tiempo, fue aceitada para salir a la calle pero no hubo manera de disimular su ruido. Tampoco el daño que ha causado. En las manifestaciones han muerto gente por las balas oficiales; han detenido y torturado personas, y en las calles y plazas les disparan con perdigones de goma directamente a la cara: la semana pasada el Colegio de Médicos de Chile (Colmed), denunció que 29 personas habían sido atendidas con trauma ocular severo y que 9 de ellas ingresaron a los centros asistenciales sin ninguna visión. También se han denunciado abusos sexuales a las mujeres: se habla de violaciones, de que las tocan abusivamente cuando son detenidas, de que son obligadas a desnudarse y luego las obligan a hacer ejercicios desnudas delante de efectivos de la policía, y una mujer declaró a los medios que después de estar tirada en el suelo, boca abajo, con la cara sobre la basura y las manos amarradas en la espalda, los carabineros empezaron a tocarle el cuerpo con los fusiles y a intimidarla diciéndole que la iban a penetrar con el arma.

Lo que sí nos recuerda que Chile ya no está en los viejos tiempos, es la perdida del miedo de la gente al toque de queda. Cuando la dictadura los decretaba, por las calles de Chile únicamente se asomaban los fantasmas. El viernes pasado, más de un millón de personas salieron a la calle en Santiago, y todavía por la noche a la Plaza Italia no le cabía un alma. El terror tiene buena memoria y capacidad de reinventarse, pero ahora, la gente tiene la oportunidad de acabar definitivamente con los restos de la oxidada y peligrosa máquina.

javierortizcass@yahoo.com