oAntes de que los médicos forenses llegaran, los militares ya habían “preparado” el cadáver. Lo vestían con ropa negra, botas y ponían restos de pólvora en sus manos. Cuando los expertos se presentaban en el lugar informaban: “Muerto en combate”. Así era clasificado, así se registraba en la prensa, así lo creía el país… así funcionaba una tecnología de la muerte que se fue refinando durante varios años. Secuestraban inocentes, los asesinaban, se inventaba una escena de guerra y los hacían pasar por guerrilleros muertos en combate. La cosa estaba tan organizada que había especialistas en preparar esta farsa macabra que prestaban sus servicios en todo el país. En Dabeiba (Antioquia), un militar contó que para cubrir homicidios asistían a cursos de policía judicial: “Yo sabía cómo se hacía por lo que aprendí en ese curso. Cuando llegaba un muerto nuevo, me pedían que me bajara de la montaña. Me tocaba correr desde allá arriba, desde las antenas, hasta el cementerio para verificar que todo estaba bien: la pólvora, las botas, la ropa”.

Lo más repugnante es que estas muertes ni siquiera eran parte de un plan secreto fundamentado en una ideología antisubversiva. No lo hacían porque tuvieran sospechas de que fueran guerrilleros, informantes o enemigos ideológicos. Lo que parece estar claro –de acuerdo con las investigaciones que adelanta la JEP y los testimonios de varios militares acogidos a esa jurisdicción– es que las muertes no obedecían a la defensa o a la protección de un orden como el que suele invocarse en las guerras para incentivar a otros a matar al enemigo con facilidad. Mataban gente y los presentaban como guerrilleros para ganar comisiones, permisos, vacaciones. En alguna playa del Caribe seguramente un militar brindó y apuró un trago de ron por la vida a costa de la muerte de algún inocente. Aterra la compleja banalidad y extensión del mal, por eso es importante ir “hacia arriba, hacia lo que provocó el todo”, me dijo una amiga la semana pasada.

La banalidad parece estar tan relacionada con los motivos del horror, que se puede ilustrar con el caso del secuestro de un menor de quince años para matarlo. El militar encargado, ante las suplicas del adolescente, no fue capaz de asesinarlo. Le dijo que “le había quedado grande matarlo y que iba a enviar a otra persona para que lo hiciera”. Por supuesto, la otra persona lo mató, pero al comandante que no cumplió con la misión como castigo lo trasladaron al Nudo de Paramillo. Es decir, todo lo opuesto a las vacaciones en un clima más amable que seguramente le hubieran dado si cumple la orden.

Sabían clasificar a las personas, o mejor, buscaban a la gente que la sociedad ya tenía clasificados como inferiores. Eso disminuía el riego de búsqueda, de indagación, de reclamos. Iban por los que importaban menos. Iban por los habitantes de calle, gente con problemas mentales, jóvenes pobres, campesinos y hasta un lisiado que andaba en una mula. De qué material estamos hechos. Cómo hemos podido seguir la vida y no enfermarnos de tristeza ante este espanto sustentado en motivos banales.

javierortizcass@yahoo.com