El que se acaba, fue el año en el que la gente hizo ruido en Colombia. En realidad hubo ruido en todo el mundo, pero sabemos que aquí pasa de todo y poco ruido se hace, o por lo menos no más allá de un ruido efímero de redes sociales, esas que de la noche a la mañana convirtieron a todos en expertos en todo. El que pasa es el año en que un senador –un ex presidente al que todavía sus acólitos le dicen presidente– se desesperó y sintió, como nunca, pasos de animal grande. Fue el año en que el presidente elegido ratificó lo que se sabía: que su presidencia estaba empeñada, pero que eso tampoco era garantía de nada porque a pesar de su afán por asumir una combinación de bacanería con rudeza no le alcanzó para tener contentos a todos, y lo más grave, ni siquiera a los de su partido; por una simple razón, él no es Uribe y ese partido fue construido –como algunos cultos evangélicos–, a escala de un mesías. ¿A qué acudir cuando el mesías también está en crisis? Quizá la respuesta nos dé escalofrío.
El que se acaba fue el año en el que, a pesar de lo risible desde que se inventó, muchos siguieron usando el término castro-chavismo; nuestro embajador en los Estados Unidos –tan risible como el término– se fue a la frontera con Venezuela a cacarear la guerra y el líder de la oposición de ese país llegó a esa misma frontera usando paramilitares colombianos como guardia de honor. Fue el año en que la vicepresidenta de Colombia –en una especie de opinión de ridiculez vintage–, dijo que Rusia estaba detrás de los mensajes que animaban las marchas en Colombia. A algunos les cuesta jubilar las situaciones que justifican su accionar retrógrado, tal vez a partir de eso se entienda que la acérrima oposición al Proceso de Paz no sea sino una forma de resistirse a jubilar la guerra.
El que pasó fue el año en que las formas de protestas alternativas, lideradas por jóvenes y estudiantes estuvieron por encima de las formas convencionales de protestar y en el que las fuerzas del orden desplegaron toda su brutalidad para reprimirlas. El año en que ante la ausencia de las guerrillas de las Farc, el narcotráfico apareció, otra vez, como explicación de todos los males de la nación.
El que se acaba, fue el año en que un chico se ganó el Tour de Francia –la carrera de ciclismo más importante del mundo– y lo asumió con tanta sencillez como si se hubiera ganado la vuelta a la manzana de su barrio en Zipaquirá, y en ese gesto estuvo precisamente la dimensión inabarcable de su grandeza. El que termina fue el año en que siguieron matando hasta el ultimo día a líderes sociales con la misma impunidad de siempre y en el que un ministro con la complicidad de unos periodistas dijo que el último de esos asesinatos –el de una pareja de esposos en la Troncal del Caribe– le había dañado su asistencia a la Feria de Cali.
El que se va, es el año en que se murieron amigos y enterré a un hermano que me dejó con puñados de amor apretado entre las manos. El que se acaba fue un año difícil y, sin embargo, es una invitación a seguir haciendo lo que sabemos hacer, desde el lugar que nos corresponde, y desearles a los lectores un feliz año.
javierortizcass@yahoo.com