Que el país no se haga el tonto: por supuesto que Aida Merlano era un elemento importante dentro de la estructura política y electoral que se benefició de la compra de votos; por supuesto que ella, de manera consciente y convencida, recibió todos los favores y las prebendas que traía consigo ser miembro de esta colectividad; por supuesto que es una delincuente, no una víctima. Pero fastidia que haya medios que, con su manejo farandulero y poco riguroso de las noticias, pretendan hacerle creer a la nación que la corrupción electoral comienza y termina con esta mujer. Desde que inventamos eso que algunos se llenan la boca en anunciar como “la democracia más sólida de América Latina”, venimos padeciendo de este mal, pero ahora resulta que con Merlano llegamos al fondo de todo el asunto.

Solo hay que pararse en una esquina de Barranquilla para que, sin pedírselo, alguien te cuente con lujo de detalles cómo operaba la cosa, y quienes, además de ella, están implicados. Una investigación periodística seria, que comience por entrevistar –con todas las garantías de confidencialidad– a los empleados o ex empleados de la alcaldía de Barranquilla y de la gobernación del Atlántico, seguramente mostrará resultados escandalosos sobre todas la maniobras previas a las campañas electorales. En todo caso, se descubriría algo que está inventado hace mucho rato.

Créanme, con el caso de Aida Merlano, uno no puedo evitar pensar en las estrategias que pactaban –¿pactan?– los narcotraficantes con las autoridades corruptas. Entre otras prácticas, ocasionalmente los traficantes daban las pistas para dejar caer uno que otro cargamento de drogas o denunciaban a una que otra “mula” para que fuera detenida en los aeropuertos. Así, se mostraban resultados ante la nación y el mundo, pero se garantizaba también la continuidad de la estructura mafiosa y la droga seguía saliendo del país a raudales. No se llegaba a los más alto de la estructura del narcotráfico con un cargamento incautado ni con la detención de una mula que aceptó participar en el negocio a pesar de los riesgos; tampoco se llegará al fondo de una de las mafias electorales, si el país se conforma solo con la detención de Aida Merlano.

Que el país no se haga el tonto: por supuesto que Aida Merlano está aprovechando el hecho de haber sido detenida en Venezuela para jugar sus cartas y eso no la redime de ser una delincuente; y por supuesto –dada la tensión entre los dos gobiernos– que Maduro le va a sacar el máximo beneficio a la hemorragia verbal de Merlano. Pero que ahora algunos quieran poner el foco en los supuestos privilegios que tiene en su reclusión en el vecino país, es lo mismo que quedarse en las ramas como hicieron durante su primera detención en Colombia. Paradójico, además, que se diga esto desde un país en el que un delincuente construyó su propia cárcel para seguir delinquiendo allí y desde allí, y en el que los presos tienen en su celda los privilegios que su dinero y poder pueden comprar.

Que el país no se haga el tonto: esto necesita fondo, mucho fondo, y menos espuma y farándula.

javierotizcass@yahoo.com