Cuando Maduro dijo que a Venezuela estaban llegando colombianos desplazados huyendo de la guerra, muchos pensamos que era otra excentricidad poco documentada del mandatario. Nadie puede ignorar la evidente diáspora de venezolanos en las ciudades colombianas, así que aquella declaración del año 2017 parecía un exabrupto. Lo que sí no se publicó con mucha fuerza fue un comunicado de la Oficina para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur), que en febrero de ese mismo año hacía referencia al cruce de la frontera de colombianos hacia el estado de Zulia en búsqueda de protección, procedentes de La Gabarra, a través del río Catatumbo, intentando escapar de la violencia desatada por los distintos grupos armados.

Aquel descreimiento colombiano no se puede explicar necesariamente por la ligereza de la lengua de Maduro, sino por el desconocimiento de las dinámicas territoriales de la Colombia profunda.

En ese año, 2017, el país llevaba bajo el brazo el acuerdo de paz con las Farc recién firmado, pero una muy buena porción de colombianos recién le había dado la espalda en el plebiscito. La gente en el Catatumbo advertía la presencia de los grupos armados que se disputaban el control tras el proceso de desmovilización de las Farc. Al caos de los fusiles, las organizaciones campesinas de la región denunciaban persecución judicial contra los líderes sociales que se sumaron a la larga lista de amenazas y asesinatos.

La implementación de los acuerdos se terminaría de envolatar el año pasado cuando el uribismo llegó al poder y en el Catatumbo los tambores de guerra sonaron. La orden de Presidencia fue la actuación militar al estilo de la Seguridad Democrática, con todo lo que eso deriva sobre la vida de los civiles y con todos los riesgos de excesos y de pactos con el paramilitarismo que pueden devenir.

La semana pasada, en el Catatumbo, hombres del Ejército asesinaron a Dimar Torres, un jornalero que en el pasado fue integrante de las Farc. El Ministro de Defensa, a la vieja usanza, salió al paso asegurando que el arma se accionó en medio de un forcejeo. Pero la comunidad denunció que encontraron el cuerpo cuando los uniformados estaban cavando una fosa para desaparecerlo. Al parecer, Torres tenía señales de tortura, le habían mutilado el pene y le destrozaron la cabeza a tiros. Algunas versiones, incluso, hablan de violación sexual.

Ya las Personerías vienen denunciando abusos de la fuerza pública y señalamientos a líderes y campesinos. También se ha informado de capturas arbitrarias y desaparecidos. Es posible que Maduro no sea la persona más informada sobre la realidad colombiana, pero –al parecer– tampoco lo somos nosotros. Lo de sevicia contra el cuerpo de Torres es un poderoso mensaje simbólico, evidencia un poder armado que se mueve sin frenos, que hace lo que se le da la gana porque puede y que sabe que nada pasará. Van como despresando pollos, chachos por el camino, porque sienten que sobre sus cabezas no hay nadie más. La altivez desalmada del horror anda suelta en el Catatumbo.

javierortizcass@yahoo.com